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La historia de las ciudades y ciudadelas
fortificadas se remonta a más de
4000 años antes del presente.
Ya los egipcios habían desarrollado sus elementos
básicos: murallas, torres, fosos, incluso caminos a
cubierto y bastiones, lo mismo para defender ciuda-
des enteras que para recintos estratégicos o ciuda-
delas. En Mesopotamia ocurrió otro tanto.
Griegos, romanos y otras culturas posteriores
(Bizancio, el Islam y el Medioevo), no hicieron otra
cosa más que retomar esos mismos principios y
adaptarlos a sus propias circunstancias
Pero el desarrollo de las armas de fuego a par-
tir del siglo XV obligó a nuevas soluciones para la ar-
quitectura militar. En el siglo XVI, se racionalizó ese
esfuerzo.
En la primera mitad del siglo XVII, la Guerra de
los 30 años en Europa, una de las más destructivas
antes de la Primera Guerra Mundial, hizo crecer aún
más los sistemas defensivos urbanos, mientras que
las costas americanas, disputadas entre las poten-
cias europeas tambièn se fortificaron.
En Francia, a fines de ese mismo siglo destaca
la labor del Marqués de Vauban, quien perfecciona
para Luis XIV los sistemas fortificados incrementan-
do su superficie, siempre mayor que la de la ciuda-
dela o ciudad que defienden.
El sistema borbónico llegará a la Nueva España
en el Siglo de las Luces y traerá consigo a expertos
en esas novedades.
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