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Platón aborda el tema de las prisiones dos si-
glos después en “
De legibus
”, con una visión huma-
nista sorprendentemente avanzada, anticipándose a
los modernos sistemas de tratamiento correccional y
de readaptación social, los conceptos básicos de su
propuesta son actualmente vigentes:
Deben existir penales en la ciudad para infractores
ordinarios.
Uno para la seguridad de personas enjuiciadas y en
sentencia, otro para la reforma de desordenados,
vagabundos, y delincuentes menores llamada so-
phronesterion (correccional).
Una tercera situada en el país lejos de las viviendas
de hombres libres y usada para el castigo de delin-
cuentes peligrosos.
En estas reflexiones se puede apreciar que hay
una preocupación desde el punto de vista de la ubi-
cación de estos equipamientos en el ámbito urbano.
Este visionario filosofo preconizaba que los penales
deberían ser equipamientos de la ciudad, además su
ubicación –dependiendo de la clasificación de inter-
nos que confinara- deberían considerarse en el “plan
de desarrollo” de ésta; por lo tanto, también en este
aspecto su propuesta es vigente.
Una aplicación tristemente célebre de las prisio-
nes sótano o cisterna la hicieron los romanos, con el
Tullianum
o cárcel
Mamertine
, situada en la esquina
noreste del Fórum en Roma; en ella permanecían los
gladiadores que luchaban en el llamado Circo Ro-
mano, pero también padecieron terribles sufrimien-
tos cristianos y opositores al régimen; sin embargo,
esta práctica (la de confinar a los presos en sótanos)
también se dio en el Japón feudal, en casi toda la Eu-
ropa medieval y prácticamente en todas las culturas.
La ubicación de estos recintos generalmente estaba
asociada a la plaza principal de la ciudad para que
las sentencias de los condenados se ejecutaran en
público y muchas veces con la participación activa
de los ciudadanos.
Aseguran que aunque siempre fue un gran maldi-
ciente, no dejó escapar blasfemia alguna; tan solo
los extremados dolores le hacían proferir horribles
gritos y a menudo repetía: ‘Dios mío, tened piedad
de mi; Jesús socorredme.’ Todos los espectadores
quedaron edificados de la solicitud del párroco de
Saint-Paul, que a pesar de su avanzada edad, no
dejaba pasar momento alguno sin consolar al pa-
ciente.
2
A través del tiempo, las sociedades han visto a
las prisiones con desprecio, o todavía peor, con indi-
ferencia; además, a los delincuentes se les estigma-
tizaba y veía como a seres poseídos, malformados y
monstruosos, diferentes a las “personas de bien”.
Esa distorsionada visión de los presos la pro-
movió el sistema político-religioso o al menos eso
pretendía hacer creer cuando algún ciudadano osaba
verter opiniones o actitudes diferentes cuestionando
los preceptos religiosos en épocas en las que el cle-
ro ejercía un gran poder, influyendo en los gobiernos
monárquicos de Europa, a tal grado que creó uno de
los tribunales y policías más crueles de la historia:
la Santa Inquisición o Santo Oficio”. Esta institución
llegó en el siglo XVI a América; el inquisidor general
de España ordenó a los obispos americanos ejer-
cer como “inquisidores ordinarios” para perseguir a
los herejes en las colonias y virreinatos de la corona
española, en donde también se dieron episodios de
terribles actos de tortura contra los naturales, criollos
y mestizos en nombre de Dios.
2 Michel Focault,
Vigilar y castigar
,
2008, p. 11(de la XXX edición)
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