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Estudios de Arquitectura Bioclimática Vol. X
tancias tóxicas en los mantos freáticos, la concentra-
ción de poder y riqueza en unos cuantos (cada vez
menos), la insidiosa y aplastante participación de las
corporaciones en decisiones gubernamentales, la
pérdida por degradación de tierras cultivables y por
depredación de bosques húmedos ricos en biodiver-
sidad, una inminente crisis alimenticia, y el cada vez
más cercano escenario de conflictos bélicos en torno
al acceso al agua.
En este contexto, el diseño tiene que asumir sus res-
ponsabilidades ambientales y, en la medida de sus
alcances, adelantarse y ofrecer propuestas innova-
doras ligadas a la producción de satisfactores mate-
riales y a las pautas de consumo.
Si bien empezamos el siglo XXI con un panorama no
muy alentador, este coincide también con la explo-
sión de propuestas de materiales, algunos nuevos,
otros no tanto, todos interesantes desde una pers-
pectiva ambiental, materiales que podrían contri-
buir a cambiar los modi operandi de la producción
y el consumo de productos. Es de notar que muchos
de los materiales llamados “nuevos” existen desde
hace ya mucho tiempo pero han sido apartados de
la dinámica industrial por intereses creados más que
por razones prácticas.
Hoy en día nos parece natural que las materias pri-
mas de origen fósil constituyan la principal fuente
de materiales sintéticos, y suponemos que, en su
momento, no se exploraron otras opciones porque
estas no eran viables. Nos dice David Morris en su
brillante ensayo “Pasado y futuro de la economía de
los carbohidratos” (
El Malpensante
, Julio 2006), “…
en 1820, la materia prima utilizada por la industria
americana estaba compuesta de dos toneladas de
origen vegetal por cada tonelada de origen mineral.
Las plantas eran la materia prima indispensable para
la producción de tinturas, químicos, pinturas, tintas,
disolventes, materiales de construcción e, incluso,
energía…” Sin embargo, para 1920, Estados Unidos
había invertido esta relación y usaba dos toneladas
de materia prima de origen mineral por cada tonela-
da de origen vegetal.
Para quienes piensan que la vía del petróleo es la
única viable para la producción de plásticos, es im-
portante saber que el primer plástico sintético fue
un bioplástico, el colodión, generado a partir del al-
godón, a mediados del siglo XIX, por dos impresores
de New Jersey, John e Isaías Hyatt. Años más tarde,
apareció el celuloide, también derivado del algodón,
que encontró su aplicación en la industria de la foto-
grafía y la cinematografía.
En los años 30 del siglo XX, el rayón, obtenido de la
pulpa demadera, era la fibra sintética demayor venta
en el mundo. Las primeras máquinas de inyección de
plásticos, en ese entonces, se alimentaban de acetato
de celulosa. En Brasil se producían plásticos a partir
de granos de café, mientras que los italianos elabora-
ban telas finas a partir de la proteína de la leche.
En ese sentido es fundamental hacer una relectura
de experiencias pasadas que cobran nueva vida a la
luz de los debates actuales: David Morris nos dice
que “…Henry Ford presentó en 1941 un prototipo
de automóvil biológico cuyo chasis y carrocería es-
taban hechos de una variedad de fibras vegetales,
incluyendo el cáñamo. El tablero de instrumentos,
el timón y la cojinería estaban hechos de proteína
de soya...”
Hoy en día se puede producir una variedad de polí-
meros, es decir plásticos, a partir de la soya, el beta-
bel y otros compuestos biológicos de origen vegetal,
con excelentes resultados en cuanto a las caracterís-
ticas estructurales y funcionales con, desde luego,
un bajo impacto ambiental.
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