Los suicidad en la literatura - page 12

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Tema y Variaciones de Literatura 39
vo preparado, de ahí surge su enorme dignidad, el sabernos débiles
y aun así “aceptar el reto”. Sobre el escritor irlandés, quien se santi-
guaba antes de comenzar a escribir, escribía Borges en el prólogo a
una selección de relatos de aquél: “muriendo en una isla del Pacífi-
co y ‘cantando como un pájaro canta en la lluvia’”.
1
Se canta porque
nos pertenece el canto, pero no el morir: porque el canto prevale-
ce muy a pesar de la muerte. De ahí que algunas y algunos escrito-
res hayan querido, además de cantar, elegir su muerte, es decir, su
modo de morir, antes de que ella los eligiera a ellos.
Así, Virginia Woolf, llenó de piedras sus bolsillos, para evitar
las contrariedades de una duda final, y se lanzó al mar, lo mismo
que Alfonsina Storni y Concha Urquiza (esta última, junto con su
compañero, en las playas de Ensenada). En su célebre poema “El
suicida”, Borges nos lo propone como una de las aventuras más ex-
traordinarias posibles, pues no sólo es acabar con uno, sino con el
universo mismo, pues no hay más realidad que la que subsiste en
cada uno de nosotros:
No quedará en la noche una estrella.
No quedará la noche.
Moriré y conmigo la suma
del intolerable universo.
La muerte de Sor Juana Inés de la Cruz puede verse como un suici-
dio, como su respuesta ante la confiscación de sus instrumentos mu-
sicales, de sus libros y de la posibilidad de escribir —la posibilidad,
al menos, de cantar bajo la lluvia—, consecuencia de una ciega re-
vancha clerical, cuyo sentido último fue más allá de ella misma y de
su época, pues supuso la desaparición del ensayo como género, y
aun del pensamiento crítico entre nosotros; el ensayo que ella, sin
saberlo, había inventado en la Nueva España y que sólo vuelve a
aparecer en México hasta bien entrado el siglo
xix
y, con fuerza,
hasta el siglo siguiente. Y por otra parte, la muerte de Ramón López
Velarde fue vista por sus cercanos, nos cuenta José Gorostiza, como
un verdadero suicidio, afrontado en una especie de delirio de quien
crea un último canto antes de abandonar la morada del tiempo y es-
pacio terrenales.
1 
Jorge Luis Borges, “Prólogo” a Gilbert Keith Chesterton,
El ojo de Apolo
, Ma-
drid, Siruela, 1985, p. 9.
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