Elena Madrigal
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nión con el yo y la amada al abrigo de la intimidad nocturna. El
deseo y sus símbolos –la sed, el abrazo, la cercanía, el caudal so-
noro del río– tienen lugar en los encabalgamientos persistentes
del poema y todos estos elementos apuntan a la indisolubilidad de
forma y la unidad de las amantes en el contenido. “El tigre de la
noche” se nutre de evocadoras imágenes y de tersura emocional
para dar cuenta de un amor no estático sino en devenir, siempre
pendiente de sus realizaciones más mínimas: el yo poético cuida
la respiración y el sueño de la amada; acecha, cual tigre, la más
menuda nota del decir amoroso.
Con pasión, con la voz bien alta, pero en murmullo, así invita
Barrera a acercarnos a una poesía de las lunas que prometió en
1965, lunas celebratorias de una constancia poética y su fidelidad
al decir “te amo” a “Sandra”, objeto y sujeto del amor lesbiano.
Barrera ha sido constante en su cuidado a la letra y al poemario,
vehículo que la arropa, al vigilar detalladamente cada paso de la
edición y la impresión, al invitar a artistas plásticos a embellecer y
apoyar el trabajo literario. En 2010, despunta
Luna vegetal
, voto
renovado de la irreverencia amorosa y la gracia poética de la que
se volverá a murmurar. Así lo confirma el “Para Sandra, con amor
vegetal”, dedicatoria y cita textual de aquella con la que en 1995
Barrera hacía público el nombre de su Otra amorosa.
A lo largo de su carrera literaria, Barrera ha avanzado conven-
cida de su necesidad de apropiarse de algunas fórmulas poéticas
masculinas y de su “insistencia [por] la figura de la luna, por su
condición femenina, protectora de los amores secretos y todo
aquello que se disfruta entre las sombras, que produce los reflejos
con los que nos sorprende la media luz […] que nos cobija”.
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Cuando Reyna Barrera indica: “Sobre la luna seguiré escribiendo,
porque ella es la inalcanzable y absoluta regidora de la vida inte-
rior”,
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se inscribe como conocedora de un motivo poético tradi-
cional y simultáneamente como instauradora de una manera de
poetizar la relación erótica entre mujeres. En este segundo senti-
do, Barrera ha instaurado una doble posibilidad para la voz lésbi-
ca: una presencia autodefinida en el plural, puesto que las aman-
tes se han convertido en autoras, en agentes de su subjetividad, y
una (con)fusión del decir con el cuerpo femenino, un hacer cons-
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Reyna Barrera, “Reflexiones sobre la poesía lésbica”, s. p.
40
Ibid
.
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