responder a ellas. Además, los expertos no icrminan de
ponerse de acuerdo sobre las cuestiones criticas. ¿Pode–
mos mantener un mundo de ocho mil o diez, mil millones
de personas? ¿Pueden seguir aumentando las existencias
de alimentos? ¿Con qué rapidez se está produciendo, si
es que se produce, el calentamiento global? ¿Es mejor la
•economía dúigida» que
ei
laissez-faire7
¿Debe tener res–
tricciones la globalización? Y, dadas las dilerencias de
opiniones en tomo a estas cuestiones, ¿por qué apresu–
ramos con cambios conflictivos?
Puesto que la mayoría de los políticos, especialmente
en países como Japón, Estados Unidos, Francia, Italia y
Alemania, han llegado hasta la cima mediarne un proce–
so de compromiso, concertando tratados y alianzas y
teniendo cuidado de no molestar intereses poderosos, a
duras penas están preparados para respaldar ahora po–
líticas conflictivas tendentes a obtener supuestos benefi–
cios dentro de veinte años -sobre todo, cuando existen
expenos que sostienen que hay poco o ningún motivo de
alarma (por ejemplo, en tomo a las existencias mundia–
les de alimentos), o que se necesita un estudio más pro–
fundo-. Como han señalado los «comucopianos» desde
Godwin y Condorcet, hace ya dos siglos, Malthus se equi–
vocó en sus previsiones sobre el futuro de Gran Bretaña
debido a la capacidad de la Humanidad dc desarrollar
nuevos recursos por medio de la tecnología. Si sus pre–
dicciones para el siglo
x i x
resultaron ser falsas, ¿por qué
habría que seguir prestando atención a los gríios alarmis–
tas de los actuales «neomalthusianos» acerca del siglo
X X J ? "
Además, han pasado sólo un par de décadas desde
la tíltima oleada de predicciones pesimistas
{The Sileni
Earth,
el informe del Club de Roma, etcétera), que provo–
có una preocupación generalizada y acabó por desvane–
cerse.
Quizá deberíamos distinguir aquí entre los reformis–
tas que abogan por medidas prudentes para en un próxi–
mo futuro controlar la población y limitar las emisiones
de los vehículos, por ejemplo, y los escritores apocalípti–
cos que sostienen que todo se perderá a menos que se
produzca cuanto antes un cambio drástico en el com–
portamiento humano." Al denunciara estos illtimos ta–
chándolos de alarmistas y de estar equivocados, algunos
conservadores tienden a agrupar a todos los reformistas
en el mismo campo. Sin embargo, es conveniente reali–
zar una distinción enli^ las propuestas de reforma mode–
radas y las más radicales, especialmente porque son las
primeras las que tienen más posibilidades de convencer
a los políticos.
A pesar de la división de opiniones acerca del destino
que le espera a nuestro mundo, hay tres razones princi–
pales por las que las sociedades deberian tomarse en se–
no el desafío de prepararse para el siglo xx]. La primera
se refiere a la competitividad relativa. Por más que el cre–
cimiento económico no sea lo único que importa, sin
duda es cierto que un nivel de vida decente proporciona
una base para gran parte de lo que los grupos y los indi–
viduos consideran importante: buena salud, educación,
ocio, etcétera. Sin embargo estos beneficios, derivados de
la irmovacíón tecnológica y el mayor crecimiento, no flu–
yen de modo igual para todos sino que suponen recom–
pensas para aquellas sociedades más exitosas. Una eco–
nomía con una incapacidad creciente de mantenerse a la
altura de las nuevas tecnologías, que experimenta lasas
bajas (o negativas) de crecimiento, con niveles de renta
per capita estáticos o en descenso justo cuando los cam–
bios demográñcos imponen nuevas demandas sociales,
está situada con menos fortuna que una que sigue sien–
do competitiva y adaptable. De este modo, un fracaso a
la hora de repensar, formarse y equiparse con perspecti–
vas al futuro producirá otra cosecha de perdedores eco–
nómicos de la Historia.
La segimda es la necesidad de responder a los desafíos
demográficos y medioambientales, en lugar de esperar
que la solución aparezca por sí sola. ''' El consumo actual
de recluios terrestres es mucho mayor que en tiempos de
Malthus (o incluso que en la década de 1960) debido al
tamaño de la población, las enormes cantidades de ma–
terias que ésta consume y la complejidad de las activi–
dades económicas. En consecuencia, la velocidad del
asalto humano a la Naturaleza se ha incrementado mu-
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