INTRODUCCIÓN
E
l mundo está poblado de objetos hechos por la naturaleza pero, en el mundo de la
cultura, los construidos por el hombre son menos barrocos y complejos, son más sim–
ples. A veces nos preguntamos el por qué de esta diferencia. ¿Será porque somos muy
inteligentes?, ¿será porque somos artistas e inventores geniales? o ¿será porque somos
incapaces de diseñar masivamente objetos tan complejos y ajustados a su entorno como lo hace
la naturaleza? Pese a los problemas emergentes de contaminación, hemos creado para nuestros
diseños sistemas de valores ponderados como utilitarios, estéticos o artísticos. No obstante, al
menos desde la
revolución creativa
del Paleolítico Superior (hará algo más de 30 mil años), si
no desde la cultura olduvense (en el origen mismo del linaje humano, hará unos dos millones
de años), el hombre ha venido produciendo aceleradamente objetos para facilitarse la existencia
(tecnología) o para satisfacer sus impulsos de creatividad (arte) .
Es más, si acaso nuestra especie no fuera la primera ni la única que inventó el objeto artificial,'
hoy -después de hacerlo con sorprendente lentitud al inicio- nos hemos convertido en sus ar–
tífices más compulsivos, en los fanáticos constructores de objetos que creen que hartándose de
artefactos están cada vez más cerca de la felicidad. Cierto, visto desde el ángulo de la cantidad
abrumadora de objetos artificiales que nos rodean, nuestro mundo actual es fantásticamente
diferente al del Paleolítico Superior que nos vio nacer, de tal suerte que (a pesar de permanecer
biológicamente casi iguales) pareciera que el ideal visual (y sensorial) de paraíso terrenal de
los humanos de entonces no tuviera nada que ver con el nuestro. De hecho, en el despertar de
nuestra especie, los primeros artefactos hechos por nosotros se mimetizaban tanto con los na–
turales que a los antropólogos les cuesta hoy trabajo distinguir entre unos (artificiales)
y
otros
(naturales).' En consecuencia, sin las restricciones de simplicidad impuestas por la geometría
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Dado el estado tan fragmentario de los datos acerca de la aparición de las herramientas en la historia de los homíninos
(Horno
y
Australopithecus).
no se puede afirmar con certeza cuál de las especies coexistentes hace unos 2.5 millones de años:
Australopi–
thecus robustus, Australopithecus garhi, Horno habilis,
o cualquiera otra especie no considerada, fue la inventora de la tecnología
lítica (por no hablar de aquellas basadas en hueso, madera y otros materiales perecederos). ni tampoco si se trató de invenciones
independientes nacidas en diferentes tiempos y lugares como sucedió mucho después en el caso de la agricultura. Al respecto. Ra–
ymond Dart llegó incluso a proponer su industria
osteodontokerática
(hueso-diente-cuerno), relacionada con lo que él interpretaba
como
sanguinarios
australopitécidos de hace entre 2.5 y 3 millones de años
(Ihe Predatory Transitionfrom Ape to Man,
1953). En
esa hipótesis (hoy desmentida), sus herramientas no eran de piedra. sino de materiales más perecederos y fab ricados por homíninos
anteriores a la llegada del
Horno. Cj,
Kathy D. Schick y Nicholas Toth.
Making Si/ent Stones Speak. Human Evolution and the Dawn
ofTechnology,
A Touchstone Book, Simon
&
Schuster, Nueva York, 1994. pp. 67-71. Véase además: Chris Stringer y Peter Andrews,
Ihe Complete World ofHuman Evolution,
Thames
&
Hudson, Nueva York. 2005. pp. 208; lan Tattersall.
Ihe Monkey in the Mirro,
Essays on the Science of What Makes Us Human.
A Harvest Book. San Diego, 2002. p. 98.
, Véase las dificultades para distinguir los que se cree son los utensilios líticos más antiguos que se conocen (de hace unos 2.5
millones de años y realizados toscamente por los homínidos de entonces) de los cantos rodados esculpidos espontáneamente por la
naturaleza. Pese a la gran incertidumbre. se puede decir que la tecnología old uvense de los australopitécidos y/o del
Horno habilis
p~maneció
casi igual desde su inicio. hará unos 2.5 millones de años pero. a diferenc ia de los cantos rodados hechos por la mano de
la naturaleza. algunas piedras olduvenses muestran inequívocamente un propósito preconcebido: lograr un fi lo que. dependiendo
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