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¿DISEÑAR CON FRACTALES? ¡VAYA UN ABSURDO!
ello, pasamos de una constatación elemental: "la forma simple es buena'; a una actitud ideológica
"sólo la forma simple es buena':3 Según esta racionalización, la forma simple es buen diseño, y la
forma compleja es mal diseño; de aquí que la primera queda como el
deber ser
del diseño, y la se–
gunda aquello que por erróneo e ilegal se debe evitar. Asistimos así a bloqueos epistemológicos
en la historia: desde la astronomía ptolemáica (los CÍrculos
ad hoc),
a la arquitectura histórica
que encomia al clásico pero inhibe el ultrabarroco o, también, a la inventada
proporción perfecta
que debía encontrarse en todos los edificios de la Antigüedad greco-romana. Pareciera enton–
ces que la tesis general del conocimiento asentía en lo siguiente: el mundo es simple y se puede
describir con leyes simples (geometría euclidiana más ecuaciones diferenciales); en este caso, el
diseño ejemplar no era otra cosa que el diseño de objetos regulares y simples. Los sorprendentes
casos de alumnos expulsados de la Bauhaus a principios del siglo veinte por flagrante "traición
al Filebo';4 es decir, por diseñar formas alejadas de los cuerpos idealizados simples y perfectos
de Platón, hablan de la fuerza de esta ideología en tiempos recientes [véase
La ciencia clásica
y
su temprano amor por lo simple
y
lo lineal] .
No obstante, y pese a la reticencia del siglo
XIX
a reconocer la legalidad de los fenómenos
complejos, justo en ese momento la nueva concepción de las leyes estadísticas legitimó el azar
porque encontró una nueva forma de orden donde antes sólo se veía el caos [véase
El siglo
XIX
se resiste a aceptar al caos como parte legítima de la creación] .
A partir de entonces el azar dejó
de ser la ausencia de la ley para convertirse en su auténtico representante, y el concepto de
normalidad
de Quetelet y Durkheim empezó a entenderse como la explicación del desorden
aparente. De esta manera lo que hasta entonces se había considerado complejo, incoherente
e ilegal se institucionaliza y se somete a ley. Sin embargo, las cosas no estaban del todo claras;
encadenados a la ideología de lo simple, sorprendidos y desconcertados, muchos se negaron a
aceptar la existencia del orden dentro del azar aparente. Por ejemplo, Poincaré descubrió pro–
blemas insospechados en las matemáticas pero se resistió a tomar el paso decisivo; la "lógica
genera monstruos'; se decía, y el miedo arreció. Se descubrieron entonces formas
patológicas
y
aberrantes,
"peores que quimeras o centauros';
y
nació el curioso concepto del
museo de mons–
truosidades matemáticas
[véase
Aparecen los monstruos
y
arrecia el pánico] .
Entre esas curvas
racionalmente
imposibles, aparecieron
polvos
que no son ni puntos ni líneas, líneas que llenan
el plano, curvas (no diferenciables) de perímetro infinito que encierran un área finita o franca–
mente nula, objetos con perímetro infinito, área finita y volumen nulo... El orden del mundo,
tan paciente y enconadamente buscado desde los primeros Imperios, estaba en entredicho; la
racionalidad estaba amenazada. Ante tal desconcierto, los matemáticos se resistieron; Cantor,
por ejemplo, quien sostuvo una actitud valiente, fue atacado por sus colegas como "charlatán
3
eJ,
Abraham A. Moles,
Las ciencias de lo impreciso,
México, Miguel Ángel Porrúa -
UAM-A,
1995, pp. 9- 10.
4
"Es característica de ese momento la observación de Moholy-Nagy cuando me vio en la (fábrica de vidriO) lenaer mientras
yo cambiaba mis jarras de leche primitivas, de forma cilíndrica, por otras en forma de gota: 'Wagenfeldt, ¿cómo puedes traicionar
a la Bauhaus de esa manera? Siempre hemos luchado por las simples formas básicas - cilindro, cubo, cono- y tú produces ahora
una forma blanda, totalmente contraria a lo que siempre hemos defendido' [...
J.
Esta anécdota, contenida en una carta de Wilhelm
Wagenfeldt a Nikolaus Pevsner, es lo que más se aproxima a una confi rmación de las historias que circularon sobre estudiantes
reprendidos, e incluso expulsados, por no proyectar racionalmente, según el 'estilo racional' apropiado'; Reyner Banham,
Teoría
y
diseño en la primera era de la máquina,
Barcelona, Paidós, 1985, p. 285.
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