de ancho por veinte metros de largo. Mucha gente se acercaba para
contemplar el fenómeno. Tocaban el suelo abierto y discutían acerca
de las posibles causas de aquella grieta. Algunos culpaban al Metro
que pasa por debajo de la plaza; o atribuían el hecho a los trabajos de
profundidad que venían realizándose debajo de la Catedral. Otros
culpaban al clima, al fin y al cabo no sólo las personas habían tenido
que sufrir el calor de los últimos días, también las piedras lo habían
padecido. Algunos transeúntes sospechaban que aquí se iría levantan–
do lentamente una pirámide, pues todo el centro de la ciudad estaba
sobre las ruinas sagradas del templo azteca. ¿O acaso no era posible
que aquí se mostraran las corrientes de energía existentes entre el vol–
cán PopocatépetI (muy activo por esos días) y el centro de la ciudad?
Unos pocos se preguntaban si no sería quizás una señal apocalíptica
debido a la política corrupta de la ciudad, todo lo malo que la gente y
las piedras de la ciudad han tenido que soportar y que ahora irrumpía
de repente en el Zócalo.
Las personas discutían acaloradamente y recurrían a su conoci–
miento histórico y a sus suposiciones metafísicas para explicarse este
fenómeno ocurrido en la Plaza Mayor de la ciudad. Para mí, el suce–
so representaba otro misterio del Zócalo, y una vez más quedé llena
de preguntas y dudas sobre lo que el Zócalo significaba para la gen–
te. Al día siguiente algunos trabajadores del gobierno de la ciudad
habían puesto fin al incidente sellando la grieta con asfalto.
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