de la competencia internacional. Ello es así porque
la tendencia más vigorosa apunta a otorgar el papel
más relevante, en el elenco de las confrontaciones
comerciales, a las tecnologías y a los recursos hu–
manos capaces de producir más y mejor, en la lógi–
ca de buscar, por encima de otras consideraciones,
la más alta y la más homogénea calidad.
De esta manera, los análisis económicos que
tradicionalmente se han intentado y que, hasta el
inicio de los años setenta, explicaron las modalida–
des y fundamentos de la competencia internacio–
nal, hoy no nos explican prácticamente nada. Así,
el carácter deficitario o superavitario en la balanza
comercia] no conforma una frontera en el éxito
económico (se da el caso de naciones que gozan de
dicho éxito aun cuando se encuentran en los extre–
mos); otro tanto sucede con los salarios nominales
muy bajos o muy altos, con el añadido de que las
economías que hoy operan en el segundo supuesto
están más cercanas del éxito que las que correspon–
den al segundo; el tipo de cambio, frente a lo que
invariablemente se ha asumido -que el crecimiento
constante, hasta cierto límite en las estrategias de-
valuatorias, favorecen la expansión exportadora-,
no explica el éxito productivo y comercial de las
naciones: en tal éxito se desempeñan, por igual,
países con monedas débiles y países con monedas
fuertes; el carácter de deudor o de acreedor de la
economía mundial, al menos para el caso de las
desarrolladas, tampoco establece una línea entre el
éxito y el fracaso de las economías nacionales. Hoy,
como casi siempre en la historia de la ciencia
económica, la cuestión fundamental consiste en
formular las preguntas correctas y buscar las res–
puestas correspondientes.
¿Cómo se expÜca el éxito de las empresas y de
las naciones en las que éstas operan, y cómo se
mide tal éxito? Son éstas las preguntas pertinentes
y, en la respuesta, no encuentran sitio alguno ni el
equilibrio, ni el superávit en cualquiera de sus
posibles acepciones, ni la fuerza de la moneda
nacional, ni ninguno de los eufemismos de los que
se nutre el recetario neoclásico. El éxito se mide
por los niveles de calidad de vida de la población
y por la amplitud de la cobertura de los beneficios;
ambos, por supuesto, dependen del tamaño y de la
forma de distribución del ingreso nacional. Esta
circunstancia, en la que la participación creciente
en la liquidez internacional es una estrategia desea–
ble, no conduce ni puede conducir al estableci–
miento de economías exclusivamente exportado–
ras; ninguna lo es, ni desea serlo. Por ello, la
importación, en aquellas ramas de la producción
en las que no se puede competir con otros países
ha resultado tan provechosa como la exportación
en aquellas en las que sí puede competirse.
Por lo anterior, resulta fundamental la caracte–
rización de las esferas de la producción, de bienes
y de servicios, en las que conviene especializarse:
aquellas en las que se requiera y disponga de tec–
nología de punta y para las cuales se cuente con el
capital humano correspondiente; ambas circuns–
tancias juzgadas en una perspectiva internacional,
y no en el ámbito doméstico. Tan importante como
lo anterior es el carácter perdurable de la demanda
mundial de la oferta de que se trate.
Esta especie de regla, en atención al proceso
globalizador, es igualmente válida por cuanto se
refiere a los segmentos de la producción -en la fase
del consumo productivo.
La existencia nativa o no de los insumos reque–
ridos y el tamaño de la unidad de salario pasan a
un segundo término, toda vez que el propósito cen–
tral es la alta calidad y la productividad creciente.
Frente a tales hechos, la vigencia de la teoría
del valor trabajo está mediada por la pretensión de
elevar no sólo la productividad del trabajo, sino la
de todos los factores productivos, al aplicar el
principio del costo alternativo en aquellos que,
como los financieros, pudiesen tener otro destino.
Contra la teoría tradicional, el paradigma en curso
propone la búsqueda de altos precios (la compe–
tencia de la actualidad se rige por los niveles de
calidad y no por los de los precios); de ese modo
será mayor el efecto en el ingreso nacional. (Tras
la guerra del Pérsico, una disminución en el precio
de la oferta de armamento soviético, por ejemplo,
difícilmente ayudaría al crecimiento de su con–
sumo.)
La teoría de las ventajas competitivas propone
una agenda para las naciones que necesariamente
pasan por la revisión de las características tecnoló–
gicas de las potenciales producciones exportado–
ras, del proceso de construcción del capital huma–
no nativo, de las perspectivas de crecimiento de la
productividad, de las condiciones que privan en los
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