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Obras para la defensa de la ciudad
A raíz de la guerra de independencia, la zanja de
resguardo y las garitas fueron consideradas cons-
trucciones estratégicas debido a su ubicación en las
entradas a la ciudad y a que cubrían su periferia.
Ante el temor por el avance del movimiento arma-
do, las autoridades virreinales pusieron en práctica
un plan de defensa militar de la capital que implicó,
además de medidas para el control y seguridad de
los habitantes de la ciudad, emprender la excavación
de la zanja cuadrada y la fortificación de una serie
de garitas. En esta ocasión, la institución encargada
de llevar a la práctica estas obras fue el ejército, y
el subinspector de artillería José Joaquín Ponce el
responsable.
El financiamiento para la excavación de la zan-
ja, al inicio provino de la Real Hacienda y del ramo
municipal de Policía y Desagüe, pero principalmen-
te fue costeada con donativos de corporaciones y
particulares, entre los que se encontraban el Con-
sulado que agrupaba a los grandes comerciantes de
la ciudad, hacendados, profesionistas, funcionarios
públicos, etc. En la
Gaceta del Gobierno de México,
durante varios años, se publicó al final de cada nú-
mero la lista de los donadores y las cifras con que
contribuían para la construcción de la zanja.
El costo debió abatirse de manera considera-
ble puesto que se valieron principalmente de mano
de obra forzada; los reos obligados a trabajar en su
construcción eran “presos confesos o convictos de
haberse hallado en acciones de los insurgentes, ba-
tiéndose o formando cuerpo con ellos.”
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Otro grupo
lo formaron delincuentes y criminales, así como civi-
les incapacitados para el servicio militar y que hubie-
ran violado ciertas disposiciones como portar armas
en la calle, montar a caballo sin licencia e incluso,
insultar a la tropa realista.
Los presos trabajaban encadenados y mancor-
nados, a pesar de la oposición de los encargados
de las obras de defensa, pues los grilletes les im-
pedían moverse libremente. Las cuadrillas además
eran vigiladas por guardias a caballo quienes, según
testimonios documentales, no se esforzaban dema-
siado por evitar que se escaparan y llegaran incluso
a amotinarse.
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Una parte del Colegio de Santiago Tlatelolco
fue habilitada en febrero de 1811 como prisión para
albergar a los aproximadamente 800 reos que estu-
vieron destinados a cavar la zanja cuadrada y a la re-
paración de las fortificaciones de las garitas. A esta
cárcel que funcionó solo algunos años, se le conoció
como “presidio de Santiago” o “presidio de la zanja”.
Con base en indicios documentales, se pudo
apreciar que se trabajó en la excavación durante
más de diez años, a pesar de que los militares nun-
ca estuvieron convencidos de su eficacia a causa de
no poder mantenerla desazolvada y con un nivel su-
ficiente de agua. El inspector de artillería aseguraba
que la zanja se había cavado por sus cuatro costa-
dos, pero lo cierto es que no llegó a tener el trazo
regular que se había proyectado; en planos del siglo
xix
se observa que sólo se modificó su trayectoria en
la parte poniente, entre la garita de Belén y la de No-
noalco y en el tramo noreste entre la garita de San
Lázaro y la de Peralvillo. Para fines del siglo XIX la
zanja cuadrada había desaparecido de la zona po-
niente debido a que la urbanización de la ciudad se
había extendido con la planificación de las colonias
Arquitectos y Santa María.
No obstante, su presencia en la ciudad es evi-
dente hasta 1896 en que el cobro del impuesto de la
alcabala fue suspendido y la zanja fue “entregada”
por la Secretaría de Hacienda al Ayuntamiento de la
ciudad para que fuera utilizada como desagüe o le
diera algún otro uso público.
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16 López Sarrelange, “Las fortificacio-
nes de la ciudad de México”, p. 38
17 López Sarrelange, op. cit., p.39
18 AGN, Gobernación, leg. 1277, caja 2.