166
Tema y Variaciones de Literatura 40
quien tengo muy presente y, si la memoria no me falla, fue el caso
de don Jaime Torres Bodet, secretario de Educación Pública, acto
muy comentado y que se diluyó poco a poco, porque era un gran
personaje de la política y de las letras; y, claro, el de Luis Moncada
Ivar. Aunque ambos son casos paradójicos: el primero lo tenía todo
y había vivido a plenitud, logrando llegar a la cúspide en todas las
cosas que emprendió e hizo, y el segundo, aunque viajó y había te-
nido una vida intensa y aprendió de la misma, creo que apenas co-
menzaba a vivir. (Y aquí también no puedo dejar de mencionar al
escritor italiano Cesare Pavese, quien se quitó la vida por motivos
sentimentales y dejó un texto muy bello, donde sobresale la frase:
“Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”).
La nota que dejó Luis Moncada Ivar al cometer el suicidio no
contiene una razón de peso que nos haga pensar en que él ya estaba
harto de vivir, sino al contrario, parecía que estaba feliz de vivir y
quería seguir haciéndolo. Sin embargo, en uno de sus relatos, “San
Suicidio Mártir”, esboza unas ideas que quizá estaban ya germina-
das en su mente y que, al momento de apretar del gatillo, salieron a
flote y lo convencieron de que ése era el mejor momento de la vida
para ir a la nada que es la muerte.
De principio el santo aludido “Suicido Mártir” es claro que no
es probable por el silogismo citado arriba y muchos menos de que
se celebre el 30 de febrero, el cual no existe. Sin embargo, manifies-
ta en el relato: “Hoy domingo 30 de febrero”, donde se señala ese
día, domingo, que no es ni siquiera tradicional en el calendario, el
cual tiene que ver en todos sus días con los dioses latinos, y ese día
viene del nombre de un Papa cristiano. Luego el personaje con una
hoja de afeitar Gillette en la mano menciona:
Vamos a ver: creo que todo está dispuesto. Si lo hiciera yo presionado
por la angustia, por la miseria, desahuciado por una enfermedad, obli-
gado por un compromiso para con la colectividad o acusado de asesina-
to por haber fusilado a unos indefensos patitos plateados, en ese caso
sería un acto reprochable y sin justificación. Mis amigos dirían perver-
sión del instinto vital. Y los más burgueses sentenciarían: Una cobardía,
una fuga, un atentado de lesa divinidad.
Sin embargo, en mi caso se
trata de un acto gratuito, del legítimo ejercicio de mi libertad indivi-
dual.
No tengo por qué esperar a ser aplastado como una cucaracha, o
seguir transitando en fila como los patitos de feria, frente a las escope-
tas nucleares. No. No estoy angustiado ni presionado.
Simplemente es-
toy ocioso y… y de un excelente humor.
Cuando mucho podría acusár-
seme de adoptar el principio del mínimo esfuerzo… Es la actitud más