Nicolás Alberto Amoroso Boelcke
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hundirse en las aguas y no suspirar;
ver que se adelanta, la garganta al aire,
el hombre más bello, no desear amar…
Perder la mirada, distraídamente,
perderla y que nunca la vuelva a encontrar:
y, figura erguida, entre el cielo y la playa,
sentirme el olvido perenne del mar.
A comienzos de ese fatal 1938, que en octubre termina agotando su
existencia, escribe un poema desde la hermosa ciudad de Colonia,
en Uruguay. La ciudad es emblemática para los argentinos tanto por
su belleza como por estar a la orilla del mismo anchuroso río que
tanto separa como une a esos dos países que algún día fueron uno
antes de que la venturosa Inglaterra acudiera para separarlos en be-
neficio de sus intereses comerciales. Años después de los hechos
aquí narrados significaría una fuente de información, desde la radio,
sobre los acontecimientos argentinos, particularmente durante la
sangrienta dictadura militar que trituró al país a partir de 1976 y, na-
turalmente, amordazaba a la prensa. El poema de Alfonsina titulado
“Barrancas del Plata en Colonia”, dice, nos habla en sus primeros
versos:
Redobles verdes de tambor los sapos,
y altos los candelabros mortecinos
de los cardos me escoltan,
con el agua que un sol esmerilado carga al hombro
.
El agua, otra vez el agua que la escolta junto con los acuáticos sa-
pos. Narra la génesis del poema en una lectura que hizo posterior a
esa escritura: “Corrí a mi alojamiento buscando un lápiz, el viento
me llevó el sombrero, cuando subí a la terraza, adonde daba mi ha-
bitación, cielo y río eran un desborde dorado”.
Y el cielo rompe diques de morados
que inundan agua y tierra; y sobrenada
la arboladura negra de los pinos.
El manuscrito está realizado con una letra redonda y clara, vestigios
de su formación y ejercicio de maestra de escuela primaria. Nueva-
mente el agua que inunda permitiendo que las copas de los pinos