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Tema y variaciones de literatura 42
temprano se paga, cuando la existencia termina por imponerse y
nos arroja a una placentera insignificancia, cuando la realidad co-
tidiana termina por partirnos la madre a todos y la vida se vuelve
un grotesco malentendido.
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Es decir, en el fondo en ambas obras
advertimos un intento de moralización de las costumbres, una
premisa romántica: desde el mundillo snob y chic de la cultura, en
específico de la literatura, se reivindica al artista aislado, al solitario
victorioso, asistémico, marginal y lleno de talento. Se expone una
idea de honorabilidad y lealtad que resulta imposible en la Repú-
blica de las Letras e inclusive es más común entre los policías co-
rruptos e ignorantes. Es un mundo para la risa amarga.
Dice Henri Bergson
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que la risa castiga las costumbres pues
nos hace esforzarnos en parecer lo que debiéramos ser o lo que
indudablemente llegaremos a ser. Agregaríamos, además, que la
risa corrige el sueño de los distraídos. La realidad imperante exige
mantenernos alerta si no queremos ser burlados. En otras pala-
bras, todos podemos soñar pero sin perder el mundo, lo cual re-
sulta una máxima paradójica pues el sueño distrae esta realidad y
promueve otra, más feliz porque despierta los psiquismos incons-
cientes de la imaginación creadora. El que sueña aligera el espíritu
pero endurece el cuerpo: tal parece ser la lógica del soñador. Por
temor a la risa nos socializamos según un modelo del
deber ser,
nos ponemos en vías de realización de un ser social prototípico o
paradigmático que todos merecemos alcanzar. Cuando no ríen de
nosotros es porque nos ignoran o respetan demasiado o, en el
mejor de los casos, les causamos espanto.
Desde luego, la ausencia del otro provoca la parodia, el ultraje
a su idea de personalidad que, desde la perspectiva de
los de aquí,
es una forma de engaño. Siempre existirá otro nuestro y mejor que
nos espere con paciencia, pero mientras lo alcanzamos es bueno
esforzarnos en parecer que ya los somos con el fin de que al llegar
no nos tome por sorpresa y no sepamos qué hacer con él, con esa
imagen que mora en nuestro ego y solivianta nuestras esperanzas.
Un ejemplo típico de esta condición metafísica es la crítica, por lo
regular injusta, que casi cualquier joven normal hace a los adultos,
al empequeñecer su heroísmo y medianía comparándolos con lo
8
Véase
El miedo a los animales,
pp. 191, 192 y 200.
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Henri Bergson,
La risa,
Barcelona, Orbis, 1986.
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