Fernando Martínez Ramírez
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pathos
que invita a la conmiseración, ese salto entre la vida del
personaje y la vida como condición existencial, advertimos, en fin,
un culmen dramático. Sin embargo, este resbalón trágico es de in-
mediato corregido por el tono paródico, por esa inteligencia fársi-
ca acerca de las cosas que prefiere el autor.
No obstante, intuimos que, aparte de la violencia como pa-
sión preferida y la farsa como recurso dramático predilecto, se ex-
hibe también un asunto ético relacionado con la dignidad, unas
veces real, otras fantaseada. En la misma novela, Osiris Cantú, el
narcopoeta, logra el triunfo vendiendo coca y, en el caso específi-
co de quien lo había ignorado cuando era apenas un don nadie y
no le publicó sus primeros poemas, regalándosela para cooptarlo;
el comandante Maytorena, ciclotímico y perico, corrupto y mari-
cón, paternal y arrastrado, se asume podrido pero sabe que todo
lo hace por sus hijos, de los cuales se siente orgulloso, habitantes
de un mundo ideal cancelado para él; Roberto Lima, el asesinado,
se mantiene en la decencia publicando libelos contra la intelectua-
lidad infecta y contra el presidente de la república, máximo repre-
sentante de la corrupción; Dora Elsa, la prostituta amada que
fuma con el culo, vende su cuerpo para mantener a su hijo y no
cobra por sus servicios cuando el hombre le gusta en verdad, y
hasta es capaz de morir por él; Fabiola Nava, la exnovia del asesi-
nado, cree que sus cuentos en verdad son buenos y se aventura
hasta el lesbianismo por verlos publicados, etc. Todos buscan algo:
su propio brillo y su propia valorización.
El miedo a los animales
es una novela inteligente y paródica,
y su autor un conocedor del medio ficcionalizado. La parodia
consiste en poner en tela de juicio las reglas del campo literario
juzgándolas desde la ficción. El motín, obviamente, no puede ser
radical, “pues la condición para poder entrar en el campo –acota
Bordieu– es reconocer qué es lo que se juega y al mismo tiempo
reconocer los límites que no es posible transgredir so pena de ver-
se excluido del juego. Por ende, de la lucha
interna
no pueden sur-
gir más que revoluciones parciales, capaces de destruir la jerarquía
pero no el juego en sí”.
7
En el fondo, alguien que busca revolucio-
nar el arte, y en específico el campo literario, es un purista que de-
sea la renovación de los hábitos, una vuelta al origen, a lo real, a
lo honesto, o como quiera llamársele. La abyección tarde o
7
Ibid.,
“Alta costura y alta cultura”, p. 218.
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