Fernando Martínez Ramírez
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que él será cuando tenga
esa
edad y no haya desperdiciado tan
inútilmente su vida.
Ese joven crítico es Enrique Serna, dispuesto siempre a señalar
el carácter involuntario y torpe de nuestros actos para movernos a
la risa. Pero... (siempre hay un pero). Según Jean Baudrillard
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lo
real –en tanto lugar de desencanto y simulacro, de acumulación
contra la muerte– nunca ha interesado a nadie, salvo la catástrofe
imaginaria que presentimos detrás, al final. ¿Por qué entonces ter-
mina por imponerse? ¿A dónde nos lleva esto? A que la seduc-
ción, quiérase o no, es el encanto de la cultura, la otra cara de lo
real grosero donde acumulamos y gastamos energías, donde pro-
ducimos para simular que lo inminente no está ahí y que la tor
cedura definitiva puede esperar mientras sigamos derrochando
energías.
En la realidad nos quieren y nos queremos sujetos energéti-
cos, mantenedores de estados de cosas donde una neutralidad
recíproca nos afiance. Todo debe tener un destino, un sentido cla-
ro, y la verdad debe caerse de certeza. ¿Cómo puede morir al-
guien que aún tiene cosas por producir, energía que emplear?,
lamentamos comúnmente sin acariciar el deseo de que al menos
una intemperancia haya promovido en el caído la duda sobre lo
real, la osadía del desengaño. La seducción está movida por la
zozobra anhelada pero rehuida, que no llegará pues la mayoría
de las veces terminamos por “vencer”, es decir, por ser reales, al
menos en el reducido círculo de nuestras influencias, en el ciego
círculo de nuestro yo, donde nos nominamos escritores, médicos,
amas de casa, estudiantes, en fin, las buenas personas que el sis-
tema necesita.
Nuestro triunfo nos ha convertido en sujetos productores,
energéticos y, por tanto, poderosos. En algún momento descubri-
mos que no ha sido suficiente y buscamos un nuevo desafío, por
lo regular sin salirnos de la ínfima rodaja de nuestros imperios y de
nuestro ego. Buscamos lo real para huir de los destinos insensatos.
Vamos por el mundo escandalizando a los dormidos para echarles
en cara su poca intrepidez: al menos así nos desafanamos de su
epicureísmo construyendo el estado de conciencia necesario para
continuar siendo héroes. La verdad se nos transforma en una vo-
cación y el diablo en una nostalgia y, por ende, también las apa-
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Jean Baudrillard,
De la seducción,
México, Rei, 1992.
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