Tema y Variaciones 42 - page 44

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Tema y variaciones de literatura 42
vimos un tesoro y se nos escurrió por los dedos (pp. 88, 89 y
100)”. Su propuesta final es incendiar los pozos petroleros, como
lo realiza al final Isabel, para recuperar la paz familiar y volver al
edén perdido.
Y Juan Manuel Puig, a través de su personaje, el ingeniero
Márquez, refleja que la riqueza de los adinerados de Tampico está
manchada con la sangre de sus crímenes perpetrados en los indí-
genas. Al final, sugiere que la riqueza mal habida de don Samuel,
se perderá; que las compañías extranjeras sólo llegaron a explotar
los pozos petroleros, que se llevaron todo el dinero sin dejar una
parte en el país, y que inundaron de vicios a la población rural.
Como vemos, la entrada de las compañías resultó fatal para
la naturaleza, población y familias rurales en nuestro país, en la
segunda década del siglo veinte. Parece que la enseñanza que nos
dejan estos tres autores revisados no nos augura nada grato para
la misma década de este siglo
XXI
, ni para esta nueva etapa de ex-
plotación de nuestro oro negro a manos de los extranjeros, los
cuales desconocen u olvidan el proverbio de la Costa de Marfil: no
es el hombre que posee la tierra, es la tierra que posee al hombre.
En conclusión, en nuestra patria, las compañías dejaron en las
zonas petroleras un
territorio mutilado
, en cuya superficie ya no se
siembra ni cosecha maíz, aunque
tu superficie es el maíz
, donde
las garzas
ya no reposan su blancura ni
los loros su verde
y colorido
plumaje. Ellos acabaron con nuestra riqueza natural, con nuestros
veneros de petróleo
y se llevaron los dineros a bancos extranjeros.
Nosotros nos quedamos con los pozos y bolsillos vacíos, con la tie-
rra estéril y lagos contaminados, con las reses devoradas por los
cuervos, con nuestros indígenas esclavizados y harapientos, con
nuestros muertos insepultos, con la miseria llevando al hombro,
pues todos
viven al día,/ de milagros, como la lotería
.
Nosotros, por no actuar a tiempo contra las compañías, nos
quedamos no como los gigantes fuertes del mito huasteco que des­
fondaban las nubes gringas con grandes rocas; soberbios que
blasfemaban del Sol norteamericano, su gobernante, porque ya
no lo necesitaban, sino como los gigantes castigados, enterrados,
humillados, que aceptan el alimento sucio, enchapopotado, de los
extranjeros.
Frente a los extranjeros nos quedamos como al principio de la
humanidad, desnudos, viendo cómo destruían nuestra Madre Tie-
rra, cómo saqueaban nuestra riqueza
el Rey de Oros
y cómo aho-
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