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¿DISEÑAR CON FRACTALES? ¡VAYA UN ABSURDO!
minas submarinas. Si unos emplean su
inteligencia
y diseñan su ruta para destruir al mundo,
otros emplean su
inteligencia
y su
sensibilidad
para tareas más constructivas. Eventualmente,
podríamos inventar máquinas diseñadoras pensadas para mejorar nuestras condiciones ma–
teriales sin descuidar la subsistencia de los ecosistemas. Diseñar como diseña la naturaleza,
diseñar como el
ADN,
se presenta como una esperanza, se presenta como un ideal para que los
diseñadores aprendan a imaginar, concebir, generar, construir, almacenar y distribuir objetos
altamente organizados de una manera menos artesanal o menos torpe, y más a la altura de las
expectativas culturales del Tercer Milenio.
Ante la emergencia suscitada por los momentos agudos de transformación en la historia,
resalta la firmeza de aquellos neoluditas que se resisten con gran entereza a la descomposición
de la tan apasionada y perseverante construcción del orden anterior. En la historia relativamente
reciente, baste recordar tres casos ejemplares: la oposición de los gremios de amanuenses con–
tra la agresión inadmisible de los tipógrafos y su imprenta, el de los pintores contra la fotografía,
y el de los arquitectos contra el cálculo de estructuras (véase
El desaire de los arquitectos
y
el
invento de la ingeniería civil).
Pese a ello, especulamos que así como la fotografía nos permitió
descubrir verdades inalcanzables para el ojo desnudo (el caso de los caballos a galope), quizá a
través de las ciencias del caos y los fractales podamos descubrir conocimientos que no pudimos
encontrar mediante la tecnología de la escuadra y el compás.
Mientras tanto, el miedo al cambio emana por los poros de algunos engreídos (o ¿cándidos?)
diseñadores que, desde siempre, se han venido revelando contra la absurda e indignante idea de
pensar en una máquina de diseño (llámese escuadra y compás para el pasado, o regla de cálculo,
computadora y robótica para hoy y mañana) que fuera capaz no sólo de dibujar, sino de concebir
objetos que pudieran solucionar a plenitud las exigencias del programa de necesidades; tales
máquinas de diseño estarían en posibilidades de emplear la
imaginación
para optimizar sus
logros anteriores, contribuyendo así -confiamos- a la construcción de un mundo mejor.
Lo sabemos, la posibilidad de imaginar mejoras en el mundo del diseño fue ridiculizado dura
y
acremente,
y
produjo un rechazo absoluto por parte de algunas comunidades de diseñadores
en la historia que no hacían otra cosa que defender su oficio. En efecto, tales confraternidades
estaban indignadas por la sola idea de que algún ente no humano pudiera desplazarlos del
mercado de trabajo y de la consideración social, o bien, que pudiera arrebatarles el liderazgo
en su creatividad antropomorfa.
No cabe duda, hoy asistimos al rechazo vehemente a las máquinas de diseño, al pánico irra–
cional suscitado por la exploración de los mecanismos lógicos de la creatividad en los seres
digitales. Sin embargo, no se necesita estar especialmente iluminado para sospechar que per–
manecer adosados a las formas dogmáticas y artesanales de diseño, que anclarse en las maneras
ancestrales de concebir y construir objetos relativamente simples, lineales
y
nada inteligentes,
es permanecer en el amanecer del diseño del mundo. Los australopitécidos de hace unos tres
millones de años (inventores de la postura bípeda y la consecuente liberación de las manos para
manipular objetos) nos mostraron el camino, y nos dieron una lección de creatividad cuando
(según algunos antropólogos) inventaron las herramientas líticas que, equivocadamente
y
desde
siempre, creímos era pura invención nuestra .
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