Tema y Variaciones 42 - page 157

Vicente Francisco Torres
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casa, se echó al río vestida de novia para no desposarse con
Thompson sino con el río y con el quetzal, ave que es símbolo de
la libertad ya que no puede vivir en cautiverio. Asturias agregó en la
entrevista con Luis López Álvarez que Mayarí era una encarnación
de la selva.
En esta novela los elementos telúricos ganan espacio. Uno de
los personajes femeninos afirma que la naturaleza no es más que
una simple sirvienta de la voluntad de Dios y, a lo largo de la no-
vela, encontramos estas líneas:
Bóvedas de palmeras al paso entre montañas. Fuga atontada de los
cochemontes al asomar el carro que va que el diablo se lleva. Vuelo
de grandes aves de carne mansa. La violencia de un plumaje púrpu-
ra. El celeste convulvulo de una paloma que no es flor, porque se
mueve. Monos de colas prensiles disparándose en bandadas alhara-
quientas. Lianas, bejucos, algunos gruesos como la pierna de un
hombre. Flores en ramos disparadas a mansalva contra la tarde se-
pia. Y otra vez el campo abierto para dar ámbito a las plantaciones.
Nubes y nubes de azafrán dorado. El lujurioso silencio de la carne
verde esperanzada en brotes, tallos, hojas y racimos. Las geométricas
líneas lógicas y solas, de las filas de plantas de banano, cortadas al
horizonte por bosques confusos y sin orden, auténtica respiración de
la tierra encerrada en las plantaciones, sometida, aprisionada, con-
denada a que se le extraiga hasta la última gota de vida.
Al aproximarse a la Vuelta del Mico ¡qué glotonería de verde
devorándose todo lo visible e invisible! Nada más que verdes. Pero
no es el verde plácido que se contenta con beberse el aire que le que-
da cerca, beberse y comerse la atmósfera que lo circunscribe. No. En
la Vuelta del Mico, los verdes glotones no sólo mascaban y tragaban
cuanto les rodeaba, sino que comían bajo la tierra con raíces de agua
verde y se hartaban del horizonte al reflejar su verdura fluida en las
franjas solares de la caída de la tarde, esas franjas que flotaban sobre
los campos. El cielo alzaba su franja azul, muy alto para salvar su
pura inmensidad dormida en el temblor del ocaso de aquella insacia-
ble presencia de campos, tallos, raíces, hojas, aguas, piedras, frutas,
animales, todo de color verde.
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Ibidem
, p. 88. A esto habría que agregar una diferenciación que Asturias
hizo entre la literatura europea y la americana: “Cabe decir que hay una diferencia
fundamental entre la novela europea y la latinoamericana. En la novela latinoame-
ricana la naturaleza no es paisaje, sino personaje (…) La segunda diferencia entre
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