Tema y Variaciones 42 - page 73

Ezequiel Maldonado
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regionalista, y se imponen formas sintácticas o léxicas propias de
su habla coloquial.
COSMOVISIÓN INDÍGENA
Esa voz indígena se manifiesta plenamente al través de supersti-
ciones, sueños, y creencias; pero es mediante la anticipación de los
acontecimientos, clave en
La tumba del relámpago
, donde se hacen
patente las obsesiones más frecuentes de doña Añada, personaje
fundamental de la novela, tejedora de ponchos que pronostican
futuros cercanos y lejanos; tejidos fosforescentes que cobran vida
y muestran apocalípticos escenarios que alertan/horrorizan a un
Remigio Villena en busca de los célebres tejidos que le pronosti-
quen el destino de las masas campesinas de los Andes Centrales,
nuevamente en pie de lucha, en pos de recuperar tierras ancestra-
les y las que monopolios yanquis como la minera
Cerro de Pasco
Corporation
han inundado y se las están apropiando. Scorza ma-
neja con gran habilidad el relato de los tejidos y, desde el capítulo
siete, se pronostica la debacle campesina en las tramas de Añada:
“La suerte del porvenir”, “El combate de las Cordilleras”, “Las
bestias”, son los títulos de las visiones de la ciega Añada, una in-
vidente que ve y devela el futuro de esos pueblos.
Cual cajas chinas, Remigo Villena se aventurará/extraviará en
la búsqueda de los enigmáticos ponchos de la tejedora ciega que
le detallen los acontecimientos; transita por diversos y variados
senderos; en uno de éstos asciende por unas empinadas escaleras
que termina maldiciendo: “Para qué había tejido esas malvadas es­
caleras que llevaban a ninguna parte” (p. 119) En la escena des-
cubre a varios vecinos y se ve a sí mismo en el cuadro: “Yo no soy
un dibujo, doña Añada, gritó Remigio” (
ibid
). Circunstancialmen-
te, arribará a un escenario que ya ha contemplado en los ponchos
fosforescentes, una torre que se pierde en los cielos, “Remigio Vi-
llena la reconoció transido. ¡Era la misma torre del tejido! Hasta
entonces, los ponchos de doña Añada habían vaticinado sólo
acontecimientos. ¡Era la primera vez que la profecía era algo tangi­
ble, visible, que existía, que sus ojos miraban! (p. 198). Las visiones
de la ciega, buscadas en cañadas, cordilleras remotas se presenta-
ban ante sus azorados ojos, pero no era la maravilla, todo lo con-
trario, el horror. Villena, cual explorador colectivo de los ponchos
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