aún, su bodn
у
sus conquistas pagaban por cl gobierno. 4'ucde sorpren
der que un dia el más inieligentc y hábil de los jefes del ejérciío. Napoleón
Bonaparte, decidiera que ese ejercito hiciera caso omiso de aquel endeble
régimen civil?
Este ejército revolucionario fue el hijo más formidable de la República
jacobina. De <deva en masa» de ciudadanos revolucionarios, se convirtió
muy pronto en una fuerza de combatientes profesionales, que abandonaron
en masa cuantos no tenían afición o voluntad de seguir siendo soldados.
Por eso conservó las características de la tevolucic'm al mismo tiempo
que adquiría las de un verdadero ejército tradicional; típica mixtura bo–
napartista. La revolución consiguió una superioridad militar sin prece–
dentes, que el soberbio talento militar de Napoleón explorada. Pero
siempre conservó algo de leva improvisada, cn la que los reclutas apenas
instruidos adquirían veteranía y mt>ral a fuerza de fatigas, se desdeñaba
la verdadera disciplina castrense, los soldados eran tratados como hom–
bres y los ascensos por méritos (e.'; decir, ia distinción en la batalla) pro–
ducían una simple jerarquía de vaíor. Todo esto y cl arrogante sentido
de cumplir una misión re\"olucionana hizo al ejercito francés independien–
te de los recursos de que dependen las fuerzas más ortodoxas. Nunca
tuvo un efectivo sistema de intendencia, pues vivía fuera del pais, y
nunca se vio respaldada por una industria de armamento adecuada a sus
necesidades nominales; pero ganaba sus batallas tan rápidamente que ne–
cesitaba pocas armas: en
1806,
la gran máquina del ejército prusiano se
desmoronó ante un ejército cn el que un cuerpo disparó solo
1.400
ca–
ñonazos. Los generales confiaban en cl iümícado valor ofensivo de sus
hombres y en su gran capacidad de iniciativa. Naturalmente, todo
ello se debía a la debilidad de sus orígenes. Aparte de Napoleón y de al–
gunos pocos más, su generalato y su cuerpo de Estado Mayor era pobre,
pues el general revolucionario o el mariscal napoleónico eran más bien
el tipo del sargento o ei oficial ascendidos por su valor personal y sus dotes
de mando que por su inteligencia: el ejemplo más típico es el del heroico
pero estúpido mariscal Ney, Napoleón ganaba las batallas, pero sus ma–
riscales rendían a perderlas. Su esbozado sistema de intendencia, sufi–
ciente en los países ricos y propicios para cl saqueo —Bélgica, ei norte
de Italia, y Alemania— en que se úiició, se derrumbaría, como veremos,
en los vastos territorios de Polorúa
y
de Rusia. Su total carencia'de ser- ,
vicios sanitarios mulüplicaba las bajas: entre
1800
y laij Napoleón per-.,
dio
el
40
por
100
de sus fuerzas (cerca de un tercio de esa cifra por deser–
ción); pero entre el
90
y el
98
por too de esas pérdidas fueron hombrcj
que no murieron en el campo de batalla, sino a consecuencia de heridii, ^
.^imfcnncdades, agotamiento y frío. En resumen: fue un ejército que con-
--..<(tii)tú a lotia Europa en poco tiempo, no sólo porque pudo, sino también
•aporque tuvo que hacerlo,
V Por uir.i parte, el ejercito fue una catrera como otra cualquiera de
'iu muchas que la revolución burguesa había abierto al talento, V quienes
• consiguieron é
.4Íto
en ella tenían un vivo interés en la estabilidad interna,
CDniíi
el resto de los burgueses. Esto fue ¡o que convirtió al ejército,
1 pesar de su jacobinismo irúcial, en un pilar del gobierno post-fhermi-
doriann,
V
a su ¡efe Bonaparte cn el personaje indicado para concluir
b rcvolueii'm burguesa y empezar el régimen burgués. El propio Na-
polciin Bonaparte, aunque de condición hidalga en su tierra natal de
CótccuM, fue uno de esos militares de carrera. Nacido en
1769,
ambicioso,
disconlornic V revolucionario, comenzó lentamente su carrera en el
Aim.i lie ,\rtillería, una de las pocas ramas del ejercito real cn la que era
indispensable una competencia técnica. Durante la Revolución, y espe-
ciibuente bajo la dictadura ¡acobina, a la que sostuvo con energía, fue
tcconocid" por un comisario local en un frente crucial —siendo todavía
un ¡oven corso que difícilmente podía tener muchas perspectivas— como
un soldado de magníficas dotes y de gran porvenir. El año it, ascendió
a general. Sobrevivió a la caída de Robespicrre, y su habilidad para cul-
nvar útiles relaciones en París le ayudó a superar aquel difícil momento.
Encontró su gran oportunidad en la campaña de Italia de
179o
que le
convirtió sin discusión posible en el primer soldado de la República
que actuaba virtualmente con independencia de las autoridades civiles.
И Poder recayó en parte sobre sus manos v se hizo cargo de él cuando
las invasiones extranjeras de
1798
revelaron la debilidad del Directo–
rio y la indispensable necesidad de su espada. En seguida fue nombrado
Primer Cónsul; luego Cónsul vitalicio; por último. Emperador. Con su
llegada, y como por milagro, los insolublcs problemas del Directorio
encontraron solución. Al cabo de pocos años Francia tem'a un Código
civil, un concordato con la Iglesia y hasta un Banco Nacional, el más
patente símbolo de la estabilidad burguesa. Y ei mundo tenia su ptimer
mito secular.
Los viejos lectores o los de los países anticuados reconocerán que cl
mito existió durante todo el siglo xix, en el que ninguna sala de la clase
media estaba completa si faltaba su busto y cualqmer escritor afirmaba
—aunque fuera en btoma— que no habia sido un hombre, sino un dios-sol.
i.a extraordhiaria fuerza expansiva de este mito no puede expücarse ni
por las victorias napoleóiúcas, ni por la propaganda napoleónica, rü si–
quiera por el indiscutible genio de Napoleón, Como hombre eta indu-