inclinación a apoderarse de la adnrinistración central
у
provincial. Asi­
mismo —sobre todo los señores más pobres de provincias con pocos
recursos— mtentaban contrarrestar la merma de sus rentas exprimiendo
hasta el limite sus considerables derechos feudules para obtener dinero,
o, con menos frecuencia, seu'icios de los campesinos. Una nueva profe–
sión —la de «feudistas»— surgió paja hacer revivir anticuados derechos
de esta clase o para aumentar hasta el máximo los productos de los exis–
tentes. Su más famoso miembro, Graco Babeuf, se convertiría en el
caudillo de la primera revuelta comunista de la historia moderna en
1796.
Con esta actitud, ¡a nobleza no sólo irritaba a la clase media, sino también
al campesLiado.
La posición de esta vasta clase, que comprendía aproximadamente ei
ochenta por ciento de los franceses, distaba mucho de ser brillante,
aunque sus componentes eran hbrss en general y a menudo terratenientes.
En realidad, las propiedades de la nobleza ocupaban sólo una quinta
parte de la tierra, y las del clero quizá otro seis por ciento, con variaciones
cn las diferentes regiones-'. Asi, en la diócesis de Montpellier, los campe–
sinos poseían del
j 8
al
40
por
100
de la tierra, ia burguesía del iS al
19,
los nobíes del
1;
al гй, ej clero del
3
ai
4,
niiencras una quinta parte era
de propiedad comunal'. Sin embargo, de hecho, la mayor parte cran
gentes pobres o con recursos insuficientes, deficiencia ésta aumentada
por el atraso técnico reinante. La miseria general se intensificaba por cl
aumento de la población. Los derechos feud.iies, ios diezmos y tributos
suponían un.-'.s cargas pesadcs y creciente^ para
¡O!
ingresos de los cam- '
pesinos. La
1пЛг.с1|''П
reducía cl lalor del remanente. Sólo una minoría
de campesinos que disponía de un e.\cedente constante para vender se
beneficiaba de los precios cada vez más elevados; los demás, de una
manera u otra, sufrían por ellos, de manera especial en las épocas de malas
cosechas, en ias que imocraban "los p'tcios de hambre. No liay duda
de que cn los veinte años anteriores
ÍL
la revolución la situación de los
campesinos empeoró por estas razones.
Los trastornosfinancierosde la monarquía iban en aumento. La estruc–
tura administrativa
y
fiscal del reino estaba muy anticuada y, como hemos
visto, el intento de remediarlo mediante las reformas de
1774-7G
fracasó,
derrotado por la resistencia de los intereses tradicionales encabezados
por los
parlíimctitoí.
Entonces, Francia se \'io en^nrelta en la guerra de
h
Independencia americana. La victoria sobre Liglateria se obtuvo a costa
de una bancarrota final, por lo que la
rcA
^olución americana puede consi–
derarse la causa directa de la francesa. W.rios procedimientos se ensa–
yaron sin éxito, pero sin inccntíj una rcfprma fundamental que, movili–
zando ¡a verdadera y considerable capacidad tributaria del país, con–
tuviera una situación en
la
que los gastos superaban
a
los ingresos я1
menos en un го por
100,
haciendo imposible cualquier economía efectiva,
,\unque muchas veces se ha echado la culpa de la crisis
a
las extrava­
gancias de Versalles, hay que decir que los gastos de la corte sólo suponían
cl
6
por roo del presupuesto total en
1788.
La guerra, la escuadra y la
(iipliimacia consumian un
25
por roo y la deuda existente un jo por
100,
Guerra y deuda —la guerra americana y su deuda— rompieron el espinazo
de l
;i
monarquía.
La crisis gubernamental brindó una oportunidad a la aristocracia
y
a los
piírlinmiitDS.
Pero una y otros se negaron apagar sín la contrapartida
de un aumento de sus privilegios. La primera brecha en el frente del
.ibsoluüsmo fue abierta por una selecta pero rebelde «asamblea de nota­
bles», convocada en
1787
para asentir a las peticiones del gobierno. La
segunda, y decisiva, fue la desesperada decisión de convocar los Estados
Generales —la vieja asamblea feudal del reino, enterrada desde
1614,
Asi, pues, la revolución empezó como un intento aristocrático de recu­
perar los mandos del Estado. Este intento fracasó por dos razones: por
subesdmar las intenciones índepeudienres del «Tercer Estado» —la ficti­
cia entidad concebida para representar a todos los que no eran ni nobles
ni clérigos, pero dominada de liecho por la dase media— y su descono­
cimiento de la profunda crisis económica y sodal que impelía
a
sus ped-
ciones pohticas.
La Revolución francesa no fue hecha o dirigida por un partido o
raovin^cnto en cl sentido moderno, ni por unos hombres que trataran
de llevar a la ptácdca un programa sistemático. Incluso sería difícil
encontrar cn ella líderes de la clase a que nos han acostumbrado jas revo­
luciones del siglo
XX.
No obstante, un sorprendente consenso de ideas
entre un grupo social coherente dio unidad efecüva al movimiento revo­
lucionario. Este grupo era la «burguesía»; sus ideas eran las del libera­
lismo clásico formulado por los «filósofos» y los «economistas» y propagado
por la francmasonería y otras asociaciones. En este sentido, «los filósofos»
pueden ser considerados en justicia los responsables de la revolución.
Esta también hubiera estallado sin ellos; pero probablemente fueron ellos
ios que establecieron la diferencia entre una simple quiebra de un viejo
régimen y la efectiva y rápida sustitución por otro nuevo.
En su forma más general, la ideología de
1789
era la masónica, expre­
sada con tan inocente sublimidad en
ba Jlaiitú mágiiu,
de Mozart
(1791),
una de Jas primeras entre las grandes obras de arte propagan disucas de
una época cuyas más altas realizaciones artísticas pertenecen
a
menudo
a
1...,225,226,227,228,229,230,231,232,233,234 236,237,238,239,240,241,242,243,244,245,...271