Poi eso lis masas se apartaron descontentas en una turbia y resentida pa–
sividad, especialmente después del proceso y ejecución de los heberüstas,
las voces más autorizadas del «sanscidoltismo». Al mismo tiempo muchos
moderados se alarmaron por cl ataque al ala derecha de la oposición, di–
rigida abora por Danton. Esta facción había proporcionado cobijo a
numerosos delincuentes, especuladores, estraperlistas y otros elementos
corrompidos y enriquecidos, dispuestos como cl propio Danton a formar
esa minoría amoral, falstaffiana, viciosa y derrochadora que siempre
surge en las revoluciones sociales hasta que las supera el dtiro puritanismo,
que invariablemente llega a dominarlas. En la historia siempre los Dan-
tones han sido derrotados por los Robespierres (o por los que intentan ac–
tuar como Robespierres), porque la rigidez puede triunfar en donde la
picaresca fracasa. No obstante, si Robespierre ganó el apoyo dc los mo–
derados eliminando la corrupción —lo cual era servir a los intereses del
esfuerzo dc guerra—, sus posteriores restricciones de la libertad y la ga–
nancia desconcertaron a los hombres de negocios. Por úkimo, no agra–
daban a muchas gentes ciertas excursiones ideológicas de aquel periodo,
como las sistemáticas campañas de descris Eianización —debidas al celo
de los «sans culottes»— y la nueva religión civica de! Ser Supremo de Ro–
bespierre, con todas sus ceremonias, que intentaron neutralizar los ateos
imponiendo los preceptos del "divino" Juan Jacobo. Y el constante silbido
de la guillotina recordando a todos los políticos que ninguno podia sen-
ursc seguro dc conservar su vida.
En ahrü dc
1754,
tanto los componentes del ala derecha como ¡os
del ala izquierda habían sido guillotinados y los robespi erris tas se encon–
traban politicamente aislados. Sólo la crisis bélica les mantenía en el poder.
Cuando afinalesdc junio del mismo año los nuevos ejércitos de la Repú-
bhca demostraron su firmeza derrotando decisivamente a los austríacos
de Fleurus y ocupando Bélgica, el fmal se preveía. El nueve de Thermidor,
según el calendario revolucionario
(27
de julio de
1794),
la Ciinvenclón
derribó a Robespierre. Al día siguiente, él, Saint-Just y Couthon fueron
ejecutados. Pocos días más tarde cayeron las cabezas de ochenta y siete
miembros de la revolucionaria Comuna de París.
IV
Thetmidoi supone el fin de la heroica y recordada fase de la revo^
lución: la fase dc los andrajosos «sans culottes» y los correctos ciudadanos
con gorro frigio que se consideraban nuevos Brutos y Catones, dc la
pindilocuente, clásico y generoso, pero también dc las morrales frases;
•Lyon n'est plus», «Diez mil soldados carecen de calzado. Apodérese de
Jos zapatos de todos los aristócratas dc Estrasburgo y entregúelos pre–
parados para su transporte
al
cuartel general mañana a las diez de la ma-
tiiu»'. No fue una fase dc vida cómoda, pues la mayor parte de los hom–
bres estaban hambrientos y muchos aterrorizados; pero fue un fenómeno
tan terrible e irrevocable
como
la primera explosión nuclear, que cambió
paca siempre toda la historia. Y la energía que generó fue suficiente
pira barrer como paja a los ejércitos de los viejos regímenes europeos.
Ш problema con el que hubo de enfrentarse la clase media francesa
pira ia permanencia de lo que técnicamente se llama periodo revolucio-
íurio
(1794-99),
era el de conseguir una estabilidad politica y un progreso
«üDÓmico
sobre las bases del programa liberal original de
1789-91.
Este
problema no se ha resuelto adecuadamente todavía, aunque desde
1 8 7 0
se descubriera una fórmula viable pata mucho tiempo en la república
pirlamentaria. La rápida sucesión de regímenes—Directorio
(1795-99).
Consulado
(1799-1B04),
Imperio
(1804-14),
iVIonarquía borbónica restan-
rida
(i8i5-3o).
Monarquía Constitucional (i3
50-1848),
República
(1848-51)
с Imperio
(1852-70),
no
supuso más que ei propósito de mantener una
sociedad burguesa y evitar íos dobles peligros dc la república democrá­
tica jacobina y del antiguo régimen.
La gran debilidad de los thermidocíanos consistía en que no goza­
ban de un verdadero apoyo político sino todo lo más de una tolerancia,
y en verse acosados
por
una resucitada reacción aristocrática y por las
masas jacobinas y «sans culottes» de París que pronto lamentaron la
calda de Robespierre. En
1795
proyectaron
una
elaborada constitu­
tion de tiía y afloja para defenderse de ambos peligros. Periódicas
inclinaciones a la derecha o a la izquierda les mantuvieron en un cquiH-
brio precario, pero teniendo cada vez más que acudir a! ejército para con­
tener las oposiciones.^Era una situación curiosamente parecida a la
de la Cuarta República, y su conclusión fue la misma: cl gobierno de
un general. Pero el Directorio dependía del ejército por mucho más
que por la supresión de periódicos, conjuras y levantamientos (va-
ríos de
1795,
conspiración de Babeuf en ^
1796,
FructJdor en_
1797,
Florcal en
179З,
PtadJal en
1799
*). La inactividad era !a única garantía
de poder para un régimen débil e impopular, pero lo que la clase media
necesitaba eran iniciativas y expansión. Ei problema, insoluble en apa­
riencia, lo resolvió el ejército, que conquistaba y pagaba por sí, y, más
* tiombres
de los meses del
caleadacio
[Gvolucionacio.
1...,233,234,235,236,237,238,239,240,241,242 244,245,246,247,248,249,250,251,252,253,...271