HI
Cuando los profanos cultos piensan en la Revolución francesa, son
los acontecimientos de
1789
y especialmente la República ¡acobina
TICI
año
11
los que acuden en seguida a su mente, Ei almidonado Robespierre,
el gigantesco mujeriego Danton, la fría elegancia revolucionaria de Saint-
Just, el tosco Marat, el Conútc de Salud Pública, el Tribuna! revolucio–
nario y la guillotina son imágenes que aparecen con mayor claridad,
mientras los nombres de los revolucionarios moderados que figuraron
entre iMirabeau y Lafayette en
1789
y los jefes jacobinos de
179}
parecen
haberse borrado de la memoria de los historiadores. Los girondinos son
recordados sólo como un grupo, y quizá por las mujeres románticas
pero politicamente insignificantes unidas a ellos; JNÍadanie Roland o Car–
lota Corday. Fuera del campo de los especialistas, ¿se conocen siquiera los
nombres de Brissot, Vergmaud, Guadet, etc.? Los conservadores han
creado una permanente imagen del Terror como una dictadura histérica
y ferozmente sanguinaria, aunque en comparación con algunas marcas
del siglo X X , e incluso algunas represiones de movimientos de revolución
social —como, por ejemplo, ias matanzas subsiguientes ala Comuna de
Paris en
1З71
—, su volumen de crímenes fuera relativamente modesto:
17.000
ejecuciones oficiales en catorce meses'. Todos los revolucionarios,
de manera especial en Francia, lo han considerado como la orimera re–
pública popular y la inspiración de todas las revueltas subsiguientes. Por
lodo ello puede afirmarse que fue una época imposible de medir con el
criterio humano de cada día.
Todo ello es cierto. Pero para la sólida clase media francesa que per–
maneció tras el Terror, éste no fue algo patológico o apocalíptico, sino
el único método eficaz para conservar c] pais. Esto lo logró, en efecto, la
República jacobina a costa de un esfuerzo sobrehumano. En junio óc
171)},
sesenta de los ochenta departamentos de Francia estaban sublevados
contra Paris; los ejércitos de los principes alemanes invadían Francia por
el norte y por el este; los ingleses la atacaban por el sur y por el oeste;
cl pais estaba desamparado y cn quiebra. Catorce meses más tarde, toda
Francia estaba firmemente gobernada, los invasores habian sido rcrlia-
zados y, por añadidura, los ejércitos franceses ocupaban Bélgica y estaban
a punto de iniciar una etapa de veinte años de ininterrumpidos triunfos
militares. Ya en marzo de
1794,
un ejército tres
veces
mayor que antes
funcionaba a la perfección y costaba la rnitad que en marzo de i79
}i )' ^ •
«lot del dinero francés (o más bien de los «asignados» de papel, que casi
!o habían
oii
;itituido del todo) se mantenía estabilizado, en marcado con–
tristi; con el pasado y el futuro. No es de extrañar que Jeanbon St. André,
jicobino micitibro" del Comité de Salud Pública
y
más tarde, a pesar de
íu iirme republicanismo, uno de los mejores Prefectos de Napoleón, nú-
rase con desprecio' a la Francia imperial bamboleándose por las derro–
tas de
1811-15,
República del año n había superado crisis peores
con muchos menos recursos*. _,'
['jr.i
tales hombres, como para la mayoría de ia Convención Nacional,
que cn el londo mantuvo el control durante aquel heroico período,
ij
dilema era sencillo; o el Terror con todos sus defectos desde el punto
lie vista de ia clase media, o la destrucción de la Revolución, la desintc-
;;r,ición del Eslado nacionai, v probablemente —
¿ n o
existía el ejemplo
de l'olrínia?— la desaparición del pais. Quizá para la desesperada crisis
de Francia, muchos de ellos hubiesen preferido un régimen menos férreo
y con seguridad una economia menos firmemente dirigida; ia caida de
lítihespicrre llevó aparejada una epidemia de desbarajuste económico y
de cotiiipción que culnúnó en una tremenda inflación y en la ban–
carrota nacional de
1797.
Pero incluso desde el más estrecho punto de
visia, las perspectivas de la clase media francesa dependían en gran parte
Je las do un Estado nacional uiúficado y fuertemente centralizado. Y,
en tin, ¿podía la Revolución que había creado virtualmente ios términos
•inacióii/' y «patriotismo» en su sentido moderno, abandonar su idea
de "gran nación»?
I.a primera tarea del régimen jacobino era la de movilizar cl apoyo
de las masas contra la disidencia de los girondinos y los notables provin-
ci.mos, y conservar el ya existente de ios «sans culottes» parisinos, algu–
nas de cuyas peüciones de un esfuerzo de guerra revolucionario —movi–
lización general (la «levée en masse»), terror contra los «traidores» y
control general de precios (el «maximum»)— coincidían con el sentido
común jacobino, aunque sus otras demandas hubieran resultado perju–
diciales. Se promulgó una nueva Constitución tadicalisima, varias veces
• ('cSaben que clase de gobierno salió victorioso?... Un gobierno de la Convención.
L'n gobierno de jacobinos ap.isionados con gorros frigios rojos, vestidos con toscas
laniis. caLados con suecos, que se alimentaban sencillamente de pin
y
mala cerveza
y
ic
iicnstabao en colchonetas Úiadas cn el suelo de sus safas de reuruón, cuando se sen-
.Ui
demasiado cansados psia seguir velando y deliberando. Til fue la clase de hombres
que.salvó a Francia. Yo, señores, era uno de ellos. Y aquí, como en las habitaciones
dei lìnipcrador en lis que estoy a punto de entrar, me enorgullezco de cUo». Qtido
p<it
j . Savant cn
Lii Préfelí de Napaltan
(rg^S), pp.
111-11.
1...,231,232,233,234,235,236,237,238,239,240 242,243,244,245,246,247,248,249,250,251,...271