compkia serie ile razones, una época de graves dificultades para casi
todas las ramas de k economía francesa. Una mala cosecha en
1788
(y
en
1789)
y un dificiüsimo invierno agudizaron aquella crisis. Las malas
cosechas afectan a lus campesinos, pues significan que los grandes produc–
tores podrán comprar el grano a precios de hambre, mienrras la mayor patte
de los cultivadores, sin reservas suficientes, pueden tener que comerse sus
simientes o comprar el alimento a aquellos precios de hambre, sobre todo
en los meses inmediatamente precedentes a la nueva cosecha (es decir, de
mayo a julio). Como es natural, afectan también a las clases pobres ur–
banas, para quienes cl coste de la vida, empezando por el pan, se duphca.
-Y también porque el empobrecimiento del campo reduce el mercado
de productos manufacturados y origina una depresión industrial. Los
pobres rurales estaban desesperados e intranquilos a causa de los motines
y los actos de bandolerismo; los pobres urbanos lo estaban doblemente
por el cese del trabajo en el preciso momento en que el coste de la vida
se elevaba. En circunstancias normales esta situación no hubiera pasado
de provocar algunos tumultos. Pero en
1788
y en
1789,
una mayor con-
\'ulsión en el reino, una campaña de propaganda electoral, daba a la
desesperación del pueblo una perspectiva política al introducir en sus
mentes la tremenda y sísmica idea de
¡iberadóii
de la opresión y de la tira–
nía de los ricos. Un pueblo encrespado respaldaba a los diputados del
Tercer Estado.
La contrarrevolución convirtió a una masa cn potencia en una masa
efectiva y actuante. Sin duda hubiera sido natural que el andguo régimen
luchara con energía, sí era menester con la fuerza armada, aunque cl
ejército ya no era digno de confianza. (Sólo algunos soñadores idealistas
han podido pensar que Luis XVT pudo haber aceptado la derrota con–
virtiéndose inmediatamente en un monarca constitucional, como si
hubiera sido un hombre menos indolente y necio, casado con una mujer
menos frivola e irresponsable, y menos dispuesto siempre a escuchar a
los más torpes consejeros.) En efecto, la contrarrevolución movilizó
a las masas de París, ya hambrientas, recelosas y militantes. El resultado
más sensacional de aquella movihzación fue la toma de la Bastilla, pri–
sión del Estado que simbolizaba la autoridad real, en donde los revolu–
cionarios esperaban encontrar armas. En época de revolución nada tiene
más fuerza que !a caída de los símbolos. La toma de la Bastilla, que conr
virtió la fecha del
14
de julio en la fiesta nacional de Francia, ratificó la
caída del despotismo y fue aclamada en todo ei mundo como el comienzo
de la liberación. Incluso el austero filósofo Emmanuel Kant, de Kocnigs-
berg, de quien se dice que era tan puntual en todo que los habitantes de la
ciudad ponían sus relojes por cl suyo, aplazó la hora de su paseo vesper–
tino cuando recibió la noticia, convenciendo asi a Koenigsberg de que
había ocurrido un. acontecimiento mundial. Todavía no era tanto, pero
la caída de la Bastilla extendió la revolución a las ciudades y los campos
(!e Francia.
Las revoluciones campesinas son movimientos ampüos, informes,
jnóidmos, pero irresisdbles. Lo que en Francia convirtió una epidemia
de desasosiego campesino en una irreversible comodsión fue una com–
binación de insurrecciones en ciudades provincianas y una oleada de
pLuiico
masivo que se extendió oscura pero rápidamente a través de casi
todo ei pais: la llamada
Guinde Peur
de finales de julio y principios de
• ii
^osto de
1789.
Al cabo de tres semanas del
14
de julio, la estructura
••ocial de! feudalismo rural francés y la máquina estat.il de la monarquía
tVoncesa yacían en pedazos. Todn lo que quedaba de la fuerza del Estado
cran unos cuantos regimientos dispersos de utilidad dudosa, una Asam–
blea Nacional sin fuerza coercitiva y una infinidad de adminjstiacíones
municipales o provinciales de clase media qiic pronto pondrían en pie
a unidades de burgueses armados —/<Guard¡as Nacionalesii— según c!
modelo de P:!r¡s. La aristocracia y la clase media aceptaron inmediata–
mente lo inevitable: todos los privilegios feudales se abolieron de manera
oficial aunque, una vez estabilizada la situación política, ei precio fijado
para su redención fue muy alto. El feudalismo no se abolió final–
mente hasta
1795.
A finales de agosto la revolución obtuvo su mani-
Hesto formal, ia Declaración de Derechos del Hombre v del Ciudadano.
Por el contrario, el Rey resistía con su habitual insensatez, v algunos
sectores de la clase media revolucionaria, asustados por las complicacio–
nes sociales de las masas sublevadas, empezaron a pensar que había lle–
gado el momento del conservadurismo.
En resumen, la forma principal de la política burguesa revolucionaria
francesa —y de las subsiguientes de otros países— no era todavía cla–
ramente apreciable. Esta dramática danza dialéctica iba a dominar a
las generaciones futuras. Una vez y otra veremos a ios reformistas mo–
derados de la clase media moviÜzar a las masas contra la tenaz resisten–
cia de la contrarrevolución. Veremos a las masas empujando más aJJá
de sus intenciones a los moderados para su propia revolución sodal,
y a los moderados rompiéndose a su vez en un .grupo conservador que
hace causa común con los reaccionarios, y un ala izquierda decidida a
proseguir adelante en sus primitivos ideales de moderación con ayuda
de las masas, aun a riesgo de perder el control sobre ellas. Y así sucesi–
vamente, a través de repcüciones y vatíadones del patrón de resistencia