aplazada poi los girondinos. En este noble pero académico documento,
se ofrecía al pueblo el sufragio universal, el derecho de insurrección, tra–
bajo y alimento, y —lo más significativo de todo— la seguridad oficial
de que el bien común era la finalidad del gobierno y de que ios derechos
dei pueblo no serian meramente provechosos sino operantes. Aquella
fue la primera genuina constitución democrática promulgada por un
Estado moderno. Concretamente, los jacobinos abolían sin indemniza–
ción todos los derechos feudales aún existentes, aumentaban las posihi-
hdadcs de los pequeños propietarios de cultivar las tierras confiscadas
de los ertúgrados y —algunos meses después— abolieron la esclavitud
en las colonias francesas, con el fin de estimular a los negros de Santo Do–
mingo
a
luchar por la RcpúbÜca contra los ingleses. Estas medidas tu–
vieron los más sorprendentes resultados. En América ayudaron a crear
cl primer caudillo revolucionario que reclamó la independencia de su
pais: Toussaint-Louverture *, En Francia establecieron la inexpugnable
cindadela de los pequeños y medios propietarios, artesanos y tenderos,
retrógrada desde el punto de \'ista económico, pero apasionadamente
devota de la revolución y la República, que desde entonces domina la
vida del pais. La transformación capitalista de la agricultura y las peque–
ñas empresas, condición esencial para cl rápido desarrollo económico,
se retrasó, y con ella la rapidez de la urbanización, la expansión del mer–
cado interno, la multiplicación de ia clase trabajadora e, incidentalmente,
el ulterior avance de ia revolución proletaria. Tanto los grandes nego–
cios como el movimiento laboral se vieron condenados a petmanccci en
Francia como fenómenos minoritarios, como islas rodeadas por cl mar
de los tenderos de comestibles, los pequeños propietarios rurales y los
propietarios de cafés. (Cf, más abajo, cap. ix.)
El centro del nuevo gobierno, aún representando una ahanza de los
jacobinos y los «sans culottes», se inchnaba percepdblcmentc hacia la
izquierda. Esto se reflejó en el reconstruido Comité de Salud Pública,
pronto convertido en el efectivo «gabinete de guerrají de Francia. Ei
Comité perdió a Danton, hombre poderoso, disoluto v probablemente
corrompido, pero de un inmenso talento revolucionario, mucho más
moderado .de
l o
que parecía (habia sido ministro en la última adminis–
tración real) y ganó a Maximiliano Robespierre, convertido en su miem–
bro más influyente. Pocos historiadores se han mostrado desapasionados
*• La reconquista de Haití
a la
calda de Napoleón fue una de,las principales
rizo–
nes para liquidar los restos del Imperio americano con
la venta
de la Luisianí
a lol
Estados Ufúdos (lüoj). Asi, una ulterior consecuencia de la expansión jacobina eo
América fue hacer mis próiirnos en el continente a los Estados Unidos.
ictpcctij
4
iiquel abogado fanático, «daiidy» de buena cuna que creía mo-
S'T*''""''
la austeridad y la virtud, porque todavía encarnaba el terrible
y
jlotiníi) año
[I,
frente al que mngún hombre era neutral. No fue uníndi-
irtduo agradable, e incluso los que cn nuestros días piensan que tenía
ttión, prclietcn ei brillante rigor matemático del arquitecto de paraísos
íípiíianoi que fue cl joven Saint-Just. No fue un gran hombre y a menudo
ею
muestras de mezquindad, Pero es el único —fuera de Napoleón— sa–
lido de ta revolución a quien se rindió culto. Ello se debió a que para él,
£Omo
pari la historia, la Repúbhca ¡acobina no era un lema para ganar La
p j c r t J ,
sino un ideal: el terrible y glorioso remo de la justicia y la virtud en
cl que todos los hombres fueran iguales ante ios ojos de la nación y el
pueblo el siuicionador de los traidores. Juan Jacobo Rousseau y la cristalina
convicción de su rectitud le daban su fortaleza. No tenia poderes dictato-
rijlcs, ni siquiera un cargo, siendo simplemente un nuembro del Comité de
Salud Publica, el cual era a su vez un subcomité —el más poderoso,
aunque no todopoderoso— de la Convención. Su poder era el del pue–
blo —bs masas de París—; su terror, el de esas masas. Cuando ellas le
ubindonaron, se produjo su caida.
La tragedia de Robespierre y de la República jacobina fue la de tener
que perder, forzosamente, ese apoyo.,El régimen era una alianza entre la
dase media y las rrusas obreras; peto para la clase media las concesiones
ilns jacobinos y a los «sans culoctes» eran tolerables sólo en cuanto ligaban
las masas al régimen sin aterrorizar a los propietarios, en la alianza de la
clase media los jacobinos eran una fuerza decisiva. Además, las necesidades
de la guerra obligaban al gobierno a la centralización
y
la disciplina a ex–
pensas de la libre, iocal y directa democracia de club y de sección, de la mi–
licia voluntaria accidental y de las elecciones libres que favorecían a los «sans
culoctes». El núsmo proceso que durante la guerra de España de
1936-59
fortaleció a los comunistas a expensas de los anarquistas, fue el que for–
taleció a los jacobinos de cuño Saint-Just a costa de los «sans culottes»
de Hébert. En
1794
el gobierno y la política eran monolíticos y corrían
guiados por agentes directos del Conaité o la Convención —a través de
delegados
en mhidn
— y un vasto cuerpo de funcionarios jacobinos en con–
junción con las organizaciones locales del parirdo. Por último, las exi–
gencias económicas de la guerra les enajenaron ei apoyo popular. En las
ciudades, el racionamiento y la tasa de precios beneficiaba a las masas,
pero la correspondiente congelación de salarios las perjudicaba. En el
campo, la sistemática requisa de alimentos (que los «sans culottes» urba–
nos habian sido los piimcros en preconizar) les enajenaban a los campe–
sinos.
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