fue el cercado de las tierras comunales y el estimulo a los asentistas ru–
rales; respecto a la dase trabajadora, la proscripción de los gremios;
respecto a los artesanos, la abolición
de
las corporaciones. .Dio pocas
sadsfacciones concretas a la plebe, salvo, desde
1790,
la de !a seculari–
zación y A'enta de las tierras de la Iglesia (así como las de la nobleza emi–
grada), que tuvieron la triple ventaja de debilitar al clejicalismo, forta–
lecer a los empresarios provindales y aldeanos y proporcionar a muchos
campesinos una recompensa por su actividad revolucionaria. La Constitu–
ción de
1791
evitaba los excesos democrádcos mediante la instauración
de una monarquía constitudonal fundada sobre una franquicia de pro–
piedad para los «ciudadanos actii'os». Los pasivos, se esperaba que se
conformaran con su nombre.
Pero no sucedió así. Por un lado la monarquía, aunque abora soste–
nida fuertemente por una poderosa facción burguesa cx-revoiucionaria,
no podía resignarse al nuevo régimen. La Corte soñaba —
e
intrigaba
para conseguirla— con una cruzada de los regios parientes para echar
a la chusma de gobernantes comuneros y restaurar al ungido de Dios,
al cristianísimo rey de Francia, en su puesto legítimo. La Constitución
Civil del Clero
(1790),
un mal interpretado intento de destruir, no a la Igle–
sia, sino su sumisión al absolutismo romano, llevó a la oposición a la
mayor parte del clero v de los fieles v ayudó al rey a caer cn I? desesperada
y -—como más tarde se vería— suicida tentativ'a de huir de! país. Detenido
en Varenncs en junio de
1x91,
el republicanismo se hizo una fuerza ma–
siva, pues tos reres tradicionales que abandonan a sus pueblos pierden
el derecho a la lealtad de los subditos. Por otro lado, la incontrolada
economía libre de los moderados acentuaba las fluctuaciones en el nivel
de precios de los alimentos y, como consecuencia, la combatividad de los
ciudadanos pobres, especialmente en París. El precio del pan registraba
la temperatura política de París con la exactitud'"dc un termómetro,
y
las masas parisienses eran la fuerza
reA
'olucionaria decisiva. No en baJde
la nueva bandera francesa tricolor combinaba el blanco del antiguo pa–
bellón real con el rojo y el azul, colores de París,
Ei estallido de la guerra tendría inesperadas consecuencias, al dar ori–
gen a la segunda revolución de
1791
—^la República jacobina del año
11—
y más tarde al advenimiento de Napoleón Bonaparte. En otras palabras,
convirtió la historia de la Revoludún francesa en ia historia
de
Europa.
Dos fuerzas impulsaron a Francia a una guerra general: la extrema
derecha y la izquierda moderada. Para el rey, la nobleza francesa y la
creciente emigración aristocrática y eclesiástica, acampada en diferentes
ciudades de la Alemania Occidental, era evidente que sólo la intervención
citrrinjeia podría restaurar el viejo régimen *. Tal intervención no era
litmasiado fácil de organizar, dada la complejidad de la situación ínter-
nicional y la relativa tranquilidad política de los otros países. No obs–
tante, era cada vez más evidente pata los nobles y los gobernantes de
«derecho divino» de todas partes, que ía restauradón de! poder de Luis XVI
no era simplemente un acto de solidaridad de clases, sino una importante
salvaguardia contra la expansión de ias espantosas ideas propagadas desde
Francia. Como consecuencia de todo ello, las fuerzas para la reconquista
de Francia se iban reimiendo en el extranjero.
Al mismo tíempo los propios liberales moderados, y de modo es–
pecial c! grupo de políticos agrupado en torno a los diputados del depar–
tamento mercantil de ia Gironda, eran una fuerza belicosa. Esto se debía
en parte a que cada revolución genuina tiende a ser ecumétúca. Para los
franceses, como para sus numerosos Simpatizantes en el extranjero, ia
liberación de Francia era el primer paso del triunfo universal de la liber–
tad, actitud que llevaba fácilmente a la convicción de que la patria de
b revolución estaba obligada a liberar a los pueblos que gemían bajo
la opresión y la urania. Entre los revolucionarios, moderados
o
extre–
mistas, habia mía exaltada y generosa pasión por expandir la libertad,
asi como una verdadera incapacidad para separar la causa de la nación
francesa de la de toda la humarúdad esclavizada. Tanto la francesa como
bs otras revoluciones tuvieron que aceptar este punto de vista o adap-
i
;Lrlo,
por lo menos hasta
1848.
Todos los planes para la liberación euro–
pea hasta esa fecha giraban sobre un alzamiento conjunto de los pueblos
bajo ía direcdón de Francia para derribar a la reacción. Y desde
1850
Oíros movimientos de rebelión nacionalista o hberal, como los de Italia
y Polonia, tendían a ver convertidas en cierto sentido a sus naciones
en Mesías destinados por su libertad a iniciar la de los demás pueblos
oprimidos.
Por otta parte, la guerra, considerada de modo menos idealista, ajmda-
ría a resolver numerosos problemas doméstícos. Era tan tentador como
evidente achacar las dificuUadcs del nuevo régimen a las conjuras de los
emigrados y los tiranos extranjeros y encauzar contra dios el descontento
popular. Más específicamente, los hombres de negocios afirmaban que
ias Inciertas perspecüvas económicas, la devaluadón de! dinero y otras
permrbacíones sólo podrían remediarse si desaparecía la amenaza de la
intervención. Ellos y los ideólogos se daban cuenta, al reflexionar sobre
la situación de Inglaterra, de que la supremacía econónúca era la conse-
* Unos joa.ooo franceses emigraron entre
1789
y
179)
1...,229,230,231,232,233,234,235,236,237,238 240,241,242,243,244,245,246,247,248,249,...271