orígenes deben buscarse por ello no simplemente cn las condiciones
generales de Europa, sino cn la especifica situación de Francia. Su pecu–
liaridad se explica mejor en términos internacionales. Durante el siglo
xviii
Francia fue el mayor rival económico internacional de Inglaterra. Su
comercio exterior, que se cuadruplicó entre
1720
y
1780,
causaba preocu–
pación en la Gran Bretaña; su sistema colonial era en ciertas áreas (tales
como las Indias Occidentales) más dinámico que el británico. A pesar
de lo cual, Francia no eta una potencia como Inglaterra, cuya política
exterior ya estaba determinada sustancialmente por los intereses déla
expansión capitalista. Francia era la más poderosa y en muchos aspectos
la más característica de las viejas monarquías absolutas y aristocráticas
de Europa. En otros términos; cl conflicto entre la armazón oficial
y
ios
inconmovibles intereses dei antiguo régimen y la subida de las nuevas
fuerzas sociales era más agudo en Francia que en cualquier otro sitio.
Las nuevas fuerzas sabían con e.vactitud lo que querían. Turgot, cl
econoinista fisiócrata, preconizaba una eficaz explotación de ia tierra,
la libertad de empresa y de comercio, una normal y eficiente admiiústra-
ción de un territorio nacional único y homogéneo, la abohción de todas
las restricciones y desigualdades sociales que entorpecían el desenvol–
vimiento de los recursos nacionales y una equitativa y racional adminis–
tración y tributación.-Sin embargo, su intento de aplicar tal programa
como primer ministJ:o de Luis XVI en
1774-76
fracasó lamentablcijiente,
y el fracaso es característico. Las reformas de este género no eran incom-
paidbles con las monarquías absolutas ni mal recibidas por ellas. Antes
al contrario, puesto que fortalecían su poder, estaban, como hemos visto,
muy difundidas en aquella época entre los llamados «déspotas ilustrados».
Pero en la mayor parte de los países en que imperaba el «despotismo
ilustrado», tales reformas cran, o inaplicables, y por eso resultaban meros
escarceos teóricos, o incapaces de cambiar el carácter general de su estruc–
tura política y social, o fracasaban frente a la resistencia de las aristocra–
cias locales y otros intereses intocables, dejando al pais recaer en una nueva
versión de su primitivo estado, En Francia fracasaban más rápidamente que
en otros países, porque la resistencia de los intereses tradicionales era más
efectiva. Pero los resultados de ese fracaso fueron más catastróficos para
la monarquía; y las fuerzas de transición burguesas distaban de ser dema–
siado fuertes para renegar de .'a inactividad, por io que se hmicaron a
transferir sus esperanzas de una monarquía ilustrada al pueblo o a
«la nación»,
Sin embargo, semejante generalización no debe alejarnos del enten–
dimiento de por qué la revolución estalló cuando lo hizo y por qué tomó
ti rumbo que tomó. Para esto es más conveniente considerar ia llamada
i'teacciíjn feudal», que realmente proporcionó la mecha que inflamaría el
Íi:irr¡l de pólvora de Francia.
Las cuatrocientas mil personas que, sobre poco más o menos, formaban
i'iitrc los veintitrés millones de franceses la noblez:t .—
-ci
indiscutible npri-
iiKi"
ortleruj de la nación, aunque no tan absolutamente salvaguardado con–
tra la intrusión de los órdenes inferiores como en Prusia y otros países—
i'siahan bastante seguras. Gozaban de considerables privilegios, incluida
la exención de varios impuestos (aunque no de tantos como estaba exento
i-l bien organizado clero) y el derecho a cobrar derechos feudales. Politi-
camenre, su situación era menos brillante. La monarquía absoluta, aunque
completamente aristocrática e incluso feudal en su
et/ios,
había privado
a los nobles de toda independencia y responsabilidad política cerce–
nando todo lo posible sus viejas insfítucicnes representativas —estados
V
parlaimutos
—, E! hecho continuó al situar entre la alta aristocracia y
entre la más reciente
iiobksse de robe
creada por ios reyes con distintos
designios, .generalmente financieros y administrativos, a una ermoblecida
cl.'.sc media gubernamental que manifestaba en lo posible el doble des–
contento de aristócratas y burgueses a través de los tribunales y estados
que aún subsistían. Económicamente, las inquietudes de ios nobles no
eran injustificadas. Guerreros más que trabajadores por nacimiento y
tradición—los nobles estaban excluidos de hecho dei ejercicio del comercio
o cualquier profesión—, dependían de las rentas de sus propiedades o,
si pertenecían a la minoría cortesana, de matrimonios de conveniencia,
pensiones regias, donativos y sinecuras. Pero como los gastos inherentes
a la condición nobiliaria —siempre cuantiosos— iban en aumento, los
ingresos, mal admimstrados por lo general, resultaban insuficientes. La
inflación tendía a reducir el valor de los ingresos fijos, tales como las
tencas.
Por todo ello era natural que los nobles utilizaran su caudal principal,
los privilegios de clase. Durante el siglo xviri, tanto'en Francia como en
otros muchos países, se aferraban tenazmente a los puestos oficiales que
la monarquía absoluta hubiera preferido encomendar a los hombres de
la clase media, competentes técnicamente y politicamente inocuos.
Macia
1780
se requerían cuatro cuarteles de nobleza para conseguir un
puesto en el ejército; todos los obispos eran nobles e incluso la clave de
ia admirústración real, las intendencias, estaban acaparadas por la nobleza.
Como consecuencia, la nobleza no sólo irritaba los sentinúentos de la
clase media con su fructuosa competencia pata la provisión de puestos
oficiales, sino que socavaba los cimientos del Estado con su creciente
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