—movilización de masas—giro a la kquierda—ruptura entre los modera–
dos—giro a la derecha—, hasta que el grueso de la clase media se pasa a!
campo conservador o es derrotado por la revolución social. En muchas
revoluciones burguesas subsiguientes, los liberales moderados fueron
obligados a retroceder o a pasarse al campo conservador apenas iniciadas.
Por ello, en el siglo xix encontramos que (sobre todo en Alemania) esos
liberales se sienten poco inclinados a iniciar revoluciones por miedo a
sus incalculables consecuencias, y prefieren llegar a un compromiso con
el rey y con la aristocracia. La peculiaridad de la Revolución francesa
es que una parte de la clase media liberal estaba preparada para permane–
cer revolucionaria hasta el final sin alterar su postura: la formaban los
«jacobinos», cuyo nombre se dará en todas partes a los partidarios de
la «revolución radical».
¿Por qué? Desde luego, en parte, poique la burguesía francesa no
tenía todavía, como los liberales posteriores, el terrible recuerdo de la
ReA'oIución francesa para atemorizarla. A partir de
1794
resultó evidente
para los moderados que el régimen jacobino habla lle\'ado la revolu–
ción demasiado lejos para los propósitos
7
la comodidad burgueses,
lo mismo que estaba clarísimo para los revolucionarios que «el sol dc
1795»,
si volviera a levantarse, brillaría sobre una sociedad no burguesa. Peto
otra vez los jacobinos aportarían radicalism.o, porque en su época
0 0
existia una clase que pudiera proporcionar una coherente alternativa so–
cial a los suyos. Tal clase sólo surgiría en el curso de la revolución indus–
trial, con el «proletariado», o, mejor dicho, con las ideologías y movi–
mientos basados en él. En la Revolución francesa, la clase trabajadora
—e incluso éste es un nombre inadecuado para el conjunto de jornaleros,
en su mayor parte no industriales— no representaba todavía una parte
independiente significaüva. Hambrientos
7
revoltosos, quizá lo soñaban;
pero en la práctica seguían a jefes no proletarios. EJ campesinado nunca
proporcionaba una alternativa política a nadie; si acaso, de llegar la oca–
sión, una fuerza casi irresísdble o un objetivo casi inmutable. La única
alternativa para el radicalismo burgués (si exceptuamos pequeños gru–
pos de ideólogos o militantes inermes cuando pierden el apoyo de ias
masas) eran los «sans culottes», un mordimiento informe
7
principalmente -
urbano de pobres trabajadores, artesanos, tenderos, operarios, pequeños
empresarios, etc. Los «sans ^.ulottes» estaban organizados, sobre todo
en las «secciones» de París
7
en los clubs políticos locales, y proporcio–
naban la principal fuerza de choque de la revolución —los manifestantes
más ruidosos, los amotinados, los constructores de barricadas. A través
de periodistas como Marat
7
Hébert,
2
través de oradores locales, también
foniiulaban una política, tras la cual existía una idea social apenas defini-
Ai
y contradictoria, cn la que se combinaba el respeto a ia pequeña pro-
picd.ui con la más feroz hostilidad a los ríeos, el trabajo garantizado
por el gobierno, salarios
7
seguridad social para el pobre, en resumen,
uJii
extremada democracia igualitaria y libertaria, localizada
7
directa.
En realidad, los «sans culottes» eran una rama de esa importante
7
uni–
versi! [ondcncia politica que trata de expresar los intereses de la gran
nusa de «hombres pequeños» que existen entre los polos de la «burguesía»
j
del «proletariado», quizá a menudo más cerca de éste que de aquélla; por
ser cn
Su
mayor parte muy pobres. Podemos observar esa misma tenden–
cia en los Estados Unidos (jeffersonianismo y democracia jacksoniana,
o populismo), en Inglaterra (radicalismo), en Francia (precursores dc
los futuros «republicanos»
7
radicales-socialistas), en Italia (maizinlanos
7
garibaldinos), y en otros países. En su mayor parte tendían a situarse,
cn las horas post-revolucionarías, como el ala izquierda del liberalismo
dc la clase media, negándose a abandonar el principio de que no hay
enemigos a la izquierda,
7
dispuestos, en momentos de crisis, a rebelarse
contra «ia muralla del dinero», «la economía monárquica» o «la cruz dc
ocu que crucifica a la humanidad». Pero el «sansculoctismo» no presentaba
una verdadera alternativa. Su ideal, un áureo pasado de aldeanos
y
pe–
queños operarios o un futuro dorado de pequeños granjeros y artesanos
no perturbados por banqueros
7
millonarios, era irrealizable. La Historia
li> condenaba a muettc. Lo más que pudieron hacer —y lo que hicieron
en
1795-94
— fue poner obstáculos en el camino, que han dificultado el
desarrollo de la economía francesa desde aquellos días hasta la fecha.
En (calidad, el «sanscuiotúsmo» lue
un
fenómeno dc desesperación cuyo
nombre ha caído cn el olvido o se recuerda sólo como sinónimo del
jacobinismo, que le proporcionó sus jefes en cl año ir.
II
Entre
1789
y
1791
la burguesía moderada victoriosa, actuando a
tnvcs de. la que enconces se había convertido cn Asamblea Constitu–
yente, emprendió la gigantesca obra de racionalización
7
reforma de
Francia que era su objetivo. Muchas de las realizaciones duraderas de la
revolución, como, por ejemplo, la instauración del siscema mécrico de–
cimal y la emancipación de los judíos, datan de aquel periodo. Desde el
•punto de vista económico, las perspectivas de la Asamblea Constitu–
yente eran completamente liberales; su política respecto al campesinado