bre la inminente división del mundo desarrollado en
tres bloques comerciales y sus satélites, la creación de
algo como la zona de libre comercio norteamericano
{México, Estados Unidos y Canadá) incluye acuerdos
para reducir la integridad económica nacional; dentro
de las fronteras de la propia zona, las diferencias nacio–
nales empezarán a borrarse. Este proceso se encuentra
aún más avanzado en la Comunidad Europea, cuyos
gobiernos y parlamentos nacionales han acordado ceder
grandes ámbitos de soberanía nacional tradicional con
el fin de obtener una mayor unidad económica y polí–
tica; y es precisamente porque ya han llegado tan lejos
por lo que existe la profunda controversia política entre
los integracionistas y quienes se oponen a una mayor
erosión de los poderes nacionales.'
La redistribución de la autoridad desde el Estado-na–
ción a unidades más pequeñas está también motivada, y
en no poca medida, por los avances económico y tecno–
lógico. La ruptura de las fronteras en Europa, por ejem–
plo, permite la emergencia -en muchos casos, reemer–
gencia- de zonas económicas regionales que habían sido
parceladas por sistema de tarifas y aranceles nacionales.
Al desarrollarle nuevas relaciones comerciales, se desva–
necen las anteriores; Eslovenía comercia cada vez más
con Austria y menos con Serbia. Alsacia-Lorena se inte–
gra más con Baden-Würtenberg que con París, el norte
de Italia establece vínculos más estrechos con los Estados
alpinos que con Calabria o Sicilia. Los propios estados
que conforman Estados Unidos, frustrados a menudo
por ta falta de interés mostrado por el gobierno federal,
abren «misiones» en Tokyo y Bruselas con el fin de diri–
gir la inversión y la diplomacia comercial. Ciudades ru–
sas como San Petersburgo se declaran a sí mismas zonas
de libre comercio con el fin de atraer inversiones extran–
jeras.
Muchos de estos avances son bastante inocentes y si
los economistas los saludan con entusiasmo se debe a
que, en su opinión, el comercio no restringido sigue su
•
Véase el capítulo X J l , « E u r o p a y el f u t u r o » .
propio curso natural -y más beneficioso-. Pero esta
redistribución de la autoridad hacia abajo también trae
consigo el riesgo de desintegración nacional, al menos en
sociedades en donde las rivalidades étnicas y las discusio–
nes fronterizas alimentan las diferencias regionales. Aun–
que recientemente hemos presenciado los más especta–
culares ejemplos de esta desintegración de la cohesión
nacional en la Unión Soviética y Yugoslavia, hay muchos
ejemplos en otras partes del mundo. En gran parte de
Afn'ca, el modelo de Estado at estilo europeo se está de–
rrumbando, las fronteras se hacen permeables, están en
auge las rivalidades étnicas y regionales. Esta cuestión
genera] de centro
versus
provincias o unidad
versus
diver–
sidad también conduce a los países observadores a dife–
rentes posiciones políticas; una Alemania culturalmente
homogénea podría sentirse inclinada a simpatizar con
las demandas autonomistas de eslovenos y croatas en
Yugoslavia, mientras que se comprende que gobiernos
con sus propios problemas étnico-regionales (España,
por ejemplo) se muestren un tanto nerviosos a la horade
apoyar movimientos separatistas en algún sitio. Todos
los tensos debates sobre la intervención internacional
(por ejemplo, para ayudar a tos kurdos) están impregna–
dos de esta problemática más amplia de la legalidad y la
integridad del Estado-nación.
A la luz de las grandes tendencias globales debatidas
en los anteriores capítulos, no debería sorprendemos que
estallaran más conflictos internos y regionales. Con tas
presiones demográficas acumulándose en diversas par–
tes del globo, el aumento de la lucha por los recursos y la
revolución de las comunicaciones que a menudo alimen–
ta las animosidades étnicas en lugar de producir ciuda–
danos del mundo, puede muy bien intensificar los desa-
ñ'os a ta autoridad nacional -en especial, en las partes
más pobres del mundo-. Hace dos siglos, Immanuel
Kant observó que la Naturaleza empleaba dos medios
para separar a los pueblos: «diferencias de lengua y de
religión», ambas tendentes a producir «odio mutuo y
pretextos para la guerra». Con el tiempo, esperaba Kant,
el «progreso de la civilización» acabaría llevando a un