cios armados, que enseguida pasaron de ser levas feuda–
les privadas a instituciones nacionales permanentes. A
medida que el gasto estatal fue aumentando para satisfa–
cer las necesidades internas y extemas, aparecieron ór–
ganos financieros como un Banco Nacional o un Minis–
terio de Hacienda, surgieron asambleas nacionales para
votar presupuestos anuales, nació un sistema impositivo
nacional y unidades monetarias nacionales sustituyeron
a las anteriores medidas. El sistema económico mercan–
tilista, cuyo objetivo era reforzar las reservas de capital
de un pafs, también apuntaba de modo deliberado a ha–
cerlo fuerte y autosuficiente.* Se redujo la dependencia
de los suministros extranjeros de textiles, hierro, cerea–
les y otros bienes, produciéndolos nacionalmente, crean–
do trabajos y disminuyendo la salida de metálico. Las
leyes de navegación procuraron asegurar que todo el
comercio marítimo se realizara en barcos nacionales, tri–
pulados por marineros nacionales. Los conocimientos
sobre cómo manufacturar, por ejemplo, porcelana o so–
bre nuevos tipos de maquinaria textil no se transmitieron
a extranjeros. En opinión de personas como Pitt, Colbert
y Federico
el Grande,
todas estas acciones tenían como
fin resaltar el poder y la conciencia nacionales.
En consecuencia, aparte de la revolución interna, la
única amenaza real para el Estado-nación podía venir de
otro Estado que buscara aumentar su poder relativo o de
una coalición de Estados hostiles. Para asegurarse la se–
guridad nacional, los gobiernos confiaron en una mezcla
de medidas militares y diplomáticas: mantenimiento de
un ejército permanente, construcción de una flota, for–
mación de alianzas o ententes contra un rival común. Las
guerras, cuando se producían, podían ser caras, pero
también servían para impulsar el fervor patriótico; de–
nunciar la «abrumadora ambición» de Francia o las as–
tucias de la «pérfida» Albión era siempre una buena for–
ma de incrementarla solidaridad nacional.' A comienzos
del presente siglo, los sentimientos nacionalistas estaban
siendo reforzados por renovadas carreras navales y ar-
mamentísticas, rivalidades coloniales, agitaciones de la
prensa amarilla y los grupos de presión chovinistas, así
como por las nociones sociaidarvinistas de una «lucha
por la supervivencia» internacional. Por lo tanto, no es
sorprendente que muchos de los ciudadanos de las po–
tencias europeas partieran de buen grado a la guerra
cuando dichos antagonismos estallaron en 1914.*
Este aumento continuado del poder y la autoridad del
Estado-nación no se produjo sin cierta oposición. A pe–
sar de las afirmaciones de unidad nacional, en Ulster.
Alsacia. Cataluña, Alto Adigio, Silesia, Bosnia y una mi–
ríada de otros lugares, las antiguas rivalidades étnicas y
los patriotismos locídes fermentaban bajo la superficie.
Desde
La riqueza de las tuiciones
de Adam Smith ( 1776)
en adelante, una cantidad cada vez mayor de economis–
tas, banqueros y hombres de negocios sostuvo que la
gente tendría más dinero sí la mano del Eslado protec–
cionista y mercantilisia se apartara de los asuntos eco–
nómicos, y si el comercio y la inversión no operaran se–
gún los deseos gubernamentales sino siguiendo los
criterios del mercado. Avanzado ya el siglo
xdc
, a la ideo–
logía cosmopolita del liberalismo se unió (y se contrapu–
so), un movimiento obrero transnacional llamado mar–
xismo. Cada uno de eslos puntos de vista se opuso a la
declarada autonomía del Estado-nación; sin embargo,
siempre que tenía lugar una grave crisis internacional
-como en 1914y, de nuevo, en 1939-todos eran dejados
de lado. Los tratados diplomáticos {Versalles, Locamo,
los acuerdos navales de Washington y Londres) y las ins-
dtuciones (la Sociedad de Naciones, el Tribunal Perma–
nente de Arbitraje de La Haya) fueron incapaces por
igual de evitar que los egoístas Estados soberanos mar–
chasen a la guerra.
Con las dos grandes «guerras totales»' de este siglo lle–
vadas a cabo por economías desarrolladas y orgímizadas
por burocracias modernas, el triunfo del Estado-nación
pareció completo. Incluso los sistemas democráticos y
liberales insistieron en el reclutamiento; el trato con el
enemigo fue considerado traición y se congeló todo co–
mercio de preguerra. Se impusieron controles sobre la
industria y la inversión, las operaciones monetarias, in–
cluso sobre las huelgas laborales, dado que el Estado-en-
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