diversas formas de guerra comercial. En consecuencia, el
lenguaje utilizado hoy para describir la inversión y el
comercio internacionales ha adquirido una naturaleza
cada vez más militar; se dice que las industrias están «si–
tiadas», que los mercados se «capturan» o «se rinden», y
los índices comparativos de los gastos de investigación y
desarrollo o de la cuota de bienes de alta tecnología se
examinan tan pormenorizadamente como los tamaños
relativos de las flotas de guerra antes de 1914.' Incluso los
expertos en seguridad nacional admiten ya la importan–
cia de las dimensiones económicas del poder y reconocen
que los instrumentos tradicionales como los ejércitos y
las armadas no sirven de nada contra los desafíos econó–
micos. Sin embaído, aunque este desplazamiento parez–
ca novedoso, en realidad el viejo modo de pensar sigue en
pie: el Estado-nación continúa en el centro de las cosas,
embarcado con los demás Estados-nación en un incesan–
te forcejeo por sacar ventaja. Sigue vigente un orden
mundial neomercantilista, aun cuando ya no se conside–
re como opción el recurso a la guerra.*
Sin embargo, como hemos visto en capítulos preceden–
tes, otros expertos en asuntos internacionales señalan
diferentes motivos de preocupación y nuevas amenazas
a la seguridad. La superpoblación en los países más po–
bres del mundo podría dar lugar a guerras para conse–
guir recursos, exacerbíu- las tensiones étnicas, contribuir
a las inestabilidades sociales y fomentar el expansionis–
mo. Un flujo migratorio desde las zonas más pobres y
convulsionadas del mundo hacia las más ricas y pacificas
no sólo tendrá costes sociales, sino que puede provocar
mayores antagonismos sociales. Es probable que las di–
ferentes tasas de crecimiento de los grupos étnicos den–
tro de unas
mismEis
fronteras nacionales eleve tensiones
ya existentes, como ha ocurrido en Yugoslavia o el Líba–
no. La explosión demográfica imida a la creciente indus-
* Excepto en la literatura extremista: véase G. Friedman y
M .
Lebard,
The
Corning War
wilh
Japan, Nueva York, 1991.
trialización tienen resultados ecológicos que podrían
constituir una amenaza para los países. Además del ries–
go creciente de guerras para la obtención de recursos por
las menguantes reservas de agua, tierra de pastoreo,
madera y similares, el daño medioambiental amenaza la
prosperidad económica y la salud pública. Además, este
daño recorta la producción global de alimentos, al mis–
mo tiempo que, cada diez años, la población aumenta
casi en mil millones de individuos, lo cual podría causar
una hambruna global a una escala masiva y conducir a
mayores inestabilidades sociales y políticas, guerras para
la obtención de recursos y al deterioro de la-s relaciones
entre los pueblos ríeos y los pobres de la Tierra.'"
El Estado-nación y su seguridad también se ven ame–
nazados por la nueva división internacional de la produc–
ción y el trabajo. La lógica del mercado global no presta
atención al lugar en ei que se hace un producto, pero los
planificadores de defensa -que siguen pensando según el
parámetro tradicional de la seguridad nacional- sí que se
preocupan. ¿No es vital para un país, sostienen, que
mantenga su propia industria de electrónica y ordenado–
res, que sea capaz de producir su propio
software
tanto
para fines militares como no militares?" Unas tenden–
cias económicas no deseadas también pueden afectar de
modo indirecto el poder nacional. Un país se vería seria–
mente perjudicado si su industria lechera o cárnica
-fuente quizá de grandes beneficios de exportación- fue–
se devastada por la llegada de métodos biotecnológicos
de producción alimentaria en algún otro lugar; o sí su
industria automovilística -otra fuente principal de rique–
za y beneficios nacionales- fuera barrida por la invasión
del mercado nacional por parte de rivales extranjeros
más eficaces; o si los diseños y la producción de alta tec–
nología se desplazaran a otras partes y la base industrial
resultase erosionada.
La revolución financiera internacional plantea sus
propios retos a la supuesta soberanía del Estado-nación.
El mundo sin fronteras implica una cierta cesión del con–
trol de un país sobre su propia moneda y política fiscal.
Esta cesión puede reportar prosperidad, pero si el siste-