industria у las finanzas, esta suposición parece más du–
dosa que nunca. Si se admite que ciertas regiones del
mundo (Nueva Guinea, el desierto de Kalahari) plantean
obstáculos naturales al desarrollo, parece igualmente
Justo admiür que en su mayor parte los pueblos del mun–
do, siempre que lo deseen, pueden responder de forma
positiva al desafío del cambio. Pero la misma frase «siem–
pre que lo deseen* implica una adopción de esas carac–
terísticas que explican el éxito de Holanda en el siglo xvu
y de Japón a finales del xx: la existencia de una econo–
mía de mercado, al menos en una medida en que los
mercaderes y empresarios no se vean discriminados, de–
sanimados o esquilmados; la ausencia de una rígida or–
todoxia doctritial; la Ubertad de preguntar, discutir, expe-
rímentar; una fe en las posibilidades de mejora; un
interés por lo práctico en detrimento de lo abstracto; un
racionalismo que desafíe los códigos propios de manda–
rines, el dogma religioso y el folclore tradicional. Es tan
improbable que una sociedad dominada por
mullahs
fundamental istas o por terratenientes conservadores
acepte el cambio en el siglo xx como lo fue en el siglo xv.
Los obstáculos culturales al cambio son comunes en
todas las sociedades, por la razón obvia de que la llega–
da de una transformación ametiaza los hábitos, los mo–
dos de vida, las creencias y los prejuicios sociales existen–
tes. Es tan probable que se prc^luzcan en las sociedades
avanzadas como en las superdesarroUadas. En realidad,
los que a menudo exhiben la mayor renuencia al cambio
son los países -o las eUtes de dichos países- que han pa–
sado su momento de mayor influencia en los asuntos
regionales o mundiales y están siendo atrapados por paí–
ses en rápido ascenso. En parte, las razones son de índole
práctica, pero también psicológica y cultural. Tras haber
llegado a la cima bajo unas situaciones históricas espe–
cíficas, a los países en decadencia se les hace difícil acep–
tar que las circunstancias han cambiado, que hay modos
diferentes de organizar la industria, educar a los jóvenes,
distribuir los recursos y tomar decisiones políticas -y que
dichos modos denen mayor éxito-. Responder al cambio
puede significar alterar las prioridades sociales, el siste–
ma educativo, los modelos de consumo y ahorro, inclu–
so las creencias básicas respecto a la relación entre el
individuo
y
la sociedad. Los esiadoimidenses, preocupa–
dos hoy por resolver el problema de cómo hacer frente al
«desafío japonés», conocen la complejidad
y
profundi–
dad de tales obstáculos culturales y sociales.'"
La estructura de este libro es relativamente simple. La
primera parte analiza ciertas fuerzas mayores que actúan
en favor del cambio que se cierne sobre nuestro mundo,
así como las consecuencias generales de dichas transfor–
maciones. Aunque el Ubre está dividido en capítulos se–
parados, espero que el lector perciba la interconexión
existente entre la explosión demográfica y la creciente
emigración ilegal, la revolución robotica y la demanda
global de trabajo, la tecnología y la reducción de la sobe–
ranía nacional. Examino primero la explosión demográ–
fica global por lo poderosas que resultan sus consecuen–
cias, pero de irmiediato introduzco un análisis del modo
en que las nuevas tecnologías (ordenadores, satélites,
información/comunicaciones) están globalizando los
asuntos del mundo y cambiando la forma de operar de
las compañías -esta yuxtaposición intenta resaltar el
abismo existente entre los progresos que han tenido lu–
gar en las zonas pobres y superpobladas del mundo y
aquellos que se han dado en las zonas ricas y tecnológi–
camente desarrolladas-. Sigo con el mismo tema en el ca-
pítiüo IV (agricultura biotecnológlca) y el capítulo V (ro–
bòtica), que exploran respectivamente los motivos por los
cuales la revolución agrícola y la revolución industrial'
tecnológica contemporáneas podrían agravar la explo–
sión demográfica en lugar de ser factores atenuantes, tal
como ocurrió en la Inglaterra de Malthus. Dado que todo
esto apunta hacia la perspectiva de una separación cada
vez mayor entre países ricos y pobres, el capítulo VI de–
bate el modo en que el daño ecológico generalizado y, en
particiüar, el calentamiento global, pueden obligar a las
sociedades desarrolladas, conscientes al fin de la relación
entre las tendencias demográficas, medioambientales y
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