de la prosperidad surgido de la industrialización por la
qua sus padres у abuelos habían pagado un precio tan
caro. No debe sorprendemos que Karl Marx -y de modo
más reciente sus seguidores en lodo el mundo- predije–
se que la proletarización de las personas conduciría a una
revolución contra las clases que detentaban el poder, y
que no previera que la situación podía mejorar con el
dempo. Marx, im airado crítico de Malthus, fue aún
peor
que él en el arte de la predicción.
Al convertirse Gran Bretaña en el taller del mundo de–
bido a las nuevas tecnologías y al sistema de producción
de ellas derivado, sus habitantes se enriquecieron cada
vez más. Con los beneficios de las crecientes exportacio–
nes bntánicas -los cinco millones de libras de exportacio–
nes textiles de la década de 1780 se transformaron en casi
cuarenta millones en la década de 1820-," el país pudo
comprar los alimentos, las materias primas y demás bie–
nes que la población necesitaba y hacer que ios moder–
nos medios de transporte suministraran con rapidez esos
productos. Al ser su eficacia productiva mayor que la de
cualquier otra sociedad de la época, y al gozar de niveles
de vida cada vez más elevados, muchos británicos se hi–
cieron partidarios del
laissez-faire
económico y de un
orden comercial •abierto» en el que la propiedad y los
límites nacionales contaran cada vez menos. Quizá fue el
gran economista británico Jevons quien mejor plasmó
este ambiente cuando en 1865 escribió, exultante:
Las llanuras de Narieamérica y Rusia son nuestros
maizales: Chicago y Odesa, nuestros graneros; Canadá y
el Báltico, nuestros bosques madereros; Australasia con-
üene nuestras granjas de ovejas, y en Argentina y las lla–
nuras occidentales están nuestras nianadas de bovinos;
Peni envía su plata, y el oro de Sudafrica y Australia íluye
hacia Londres; los indios y los chinos cultivan té para
nosotros, y nuestras plantaciones de café, azúcar y espe–
cias están todas en las Indias. España y Francia son nues–
tros viñedos, y el Mediterráneo nuestro vergel, y nuestros
campos de algodón, que durante mucho tiein[>o ocupa–
ron los Estados Unidos sureños, se extienden ahora por
todas las regiones cálidas de la tierra.'^
En muchos sentidos, fue imo de los grandes éxitos de
la raza humana, muy diferente de ta llegada del sistema
de gobierno representativo o el auge de la tolerancia re–
ligiosa -aunque igual de importante-. La revolución in–
dustrial, junto con la anterior revolución científica de
investigación y búsqueda independientes, creó una espi–
ral ascendente de crecimiento económico y progreso tec–
nológico. Los nuevos inventos, las nuevas técnicas de
producción, las nuevas formas de transporte y los nuevos
capitales tendían a estimularse mutuamente. Por ejem–
plo, la creación a mediados del siglo xix de grandes bar–
cos de vapor de casco de hierro fue el resultado de revo–
luciones gemelas en la ciencia y la industria, así como im
medio de mejora global de las comunicaciones, el sumi–
nistro de aUmenios, la emigración, etcétera. Desde enton–
ces, ¡3 interacción de cambio ieciiológico y desaiTollo
industrial ha sido imparable.'^
Así, «el poder de la población» se vio correspondido no
tanto por «el poder de la tierra» sino por el de la tecnolo–
gía: el poder de la mente humana para encontrar nuevos
modos de hacer cosas, inventar nuevos mecanismos, per–
feccionar la organización de la producción, acelerar el
paso de los bienes muebles y las ideas de un lugar a otro,
estimular enfoques nuevos de viejos problemas... Mal–
thus tenía toda la razón al observar que si la población de
un país se duplicase cada veinticinco años, ello implica–
rla una carrera entre el consumo y los recursos; pero sub–
estimó el poder de la ciencia y la tecnología para crear
mejoras en el transporte de l^s personas, los bienes y los
servicios, elevar la producción agrícola, estimular progre–
sos en ta producción de mercancías, como consecuencia
de lo cual se inventaron y aprovecharon recursos nuevos
para satisfacer las demandas crecientes de una población
vigorosa. Además, los cada vez más elevados niveles de
vida condujeron a cambios sociales -escolarización más
prolongada, mejoras en la situación de bs mujeres, ma–
yor consumo, creciente urbanización- que tendieron a
disminuir el promedio de hijos por familia. En otras pa–
labras, Gran Bretaña experimentó una • transición demo–
gráfica» que acabó por conducirla, un siglo más tarde, a