mas globales, sino en su mayor intensidad en compara–
ción con los de fínales del siglo xviu. La Tierra, otra vez,
se enfrenta a una explosión demográfica, pero ahora no
en las sociedades desarrolladas de Europa noroccidental,
sino en ias empobrecidas regiones de África, Centroamé-
rica, Oriente Medio, la India y China; y esta explosión no
implica a millones sino a miles de millones de personas.
Al mismo tiempo, estamos presenciando una explosión
del saber en un extraordinario número de ámbitos de la
tecnología y la producción. En ambos sentidos, el impac–
to es mayor y se experimenta de un modo más rápido y
amplio. En el siglo xvm, la población global se incremen–
taba en 250 millones de habitantes cada setenta y cinco
años; hoy, ese mismo incremento se produce cada trece
ai^os. Mientras tanto, nuestro integrado mundo de cien–
cia y comunicaciones ha acelerado enormemente el rit–
mo del cambio tecnológico.
Aimque sen pocos los dirigentes políticos -en caso de
que haya algimo- que parecen dispuestos a enfrentarse
a este hecho, la mayor prueba a la que se verá sometida
la sociedad humana en el siglo xxi consistirá en el modo
de utilizar «el poder de la tecnología» para satisfacer tas
demandas planteadas por «el poder de la población»;
esto es, cómo encontrar soluciones globales eficaces con
el fin de librar a las tres cuartas partes más pobres de la
humanidad de la creciente trampa malthusiana de la
mainutrición, la hambruna, el agotamiento de los recur–
sos, la agitación social, la emigración forzosa y los con–
flictos armados; consecuencias que, aimque menos direc–
tamente, también pondrán en peligro a los países más
ricos.
Este problema es menos acuciante debido a la separa–
ción geográfica entre el lugar en que se producen las pre–
siones de la pmblación y aquél donde se encuentran los
recursos tecnológicos. En la Inglaterra de finales del si–
glo xvm, las explosiones demográfica y tecnológica ocu–
rrieron en la misma sociedad y se influyeron mutuamen–
te de manera que, en última instancia, resultaron
beneficiosas: la mayor población estimuló la demanda de
alimentos y Fomentó la inversión agrícola; la industriali–
zación impulsó la riqueza nacional y eso a su vez condujo
a una mayor adquisición de textiles, utensilios de cocina,
alimentos. Asi, el desafio planteado por una de estas
grandes fuerzas renovadoras fue contestado por la otra
gran fuerza. La demanda creciente quedó satisfecha con
una oferta mayor, con lo cual quedó demostrado que un
crecimiento rápido de la población no implica necesaria–
mente unos niveles de vida per capita más bajos si la pro–
ductividad se incrementa a im ritmo igual o mayor.
Sin embargo, en el mundo actual ya no existe seme–
jante superposición geográfica. La explosión tecnológica
está teniendo lugar de forma abrumadora en las socieda–
des económicamente avanzadas, muchas de las cuales
poseen poblaciones de crecimiento lento o incluso decre–
ciente. Por otro lado, la explosión demográfica se está
produciendo en países con recursos tecnológicos limita–
dos, muy pocos científicos y obreros cualificados, una
inadecuada inversión en investigación y desarrollo y po–
cas, o ningima, corporaciones con éxito; en muchos ca–
sos, las ehtes gobernantes no están interesadas en la tec–
nología, y los preJLUcios culturales e ideológicos contra el
cambio son mucho más fuertes que en la Inglaterra de la
revolución industrial.
Incluso estas diferencias de circunstancia no captan
las dimensiones plenas del actual dilema global, porque
hay que destacar también otras dos dificultades. La pri–
mera es que, en muchos países en vías de desarrollo, la
presión demográfica está prdHuciendo un agotamiento
de los recursos agrícolas locales (pastoreo excesivo de las
sabanas en África, erosión de los bosques tropicales de la
Amazonia, salinización de la tierra desde la India hasta
el Kazajstán) justo cuando se necesita una mayor pro–
ducción agrícola. £1 propio Malthus dio por sentado que
la oferta de alimentos seguiría aumentando, aunque no
fuera al mismo ritmo que la población; a buen seguro
que sus escritos habrían sido mucho más pesimistas si
hubiese considerado posibles descensos en el «poder de
la tierra» como los que están teniendo lugar hoy en Áñi-
ca. La segunda dificultad reside en ta existencia de indi–
cios de que algunas de las nuevas tecnologías del Primer
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