una estabilización de la [Xiblación. El aumento geométri–
co en la ciñ^ sólo duró unas pocas generaciones.
En resumen, los británicos escaparon de la trampa
mallhusiana por tres puertas: emigración, revolución
agricola e industrialización. Sin embargo, es igualmen–
te importante destacar que tal salida no fue muy corrien–
te. Algimos países -Bélgica, Alemania y Estados Unidos-
imitaron las prácticas británicas y siguieron la espiral
ascendente de productividad, riqueza y nivel de vida.
Pero muchos otros pueblos no fueron tan afortunados y,
obligados por fuerzas intemas o extemas, perdieron cada
vez más terreno. Irlanda, en desventaja en muchos sen–
tidos (control político foráneo, infraestructura insufi–
ciente, falta de carbón, bajos niveles de consumo per ca–
pita, agricultura deprimida), fue incapaz de resolver «el
problema central de la época [...] cómo alimentar, vestir
y emplear generaciones de niños que superaban con cre–
ces los de cualquier época anterior»." En la década de
1840, el hambre y la emigración hicieron que su pobla–
ción se viese reducida en una quinta parte.
La India es olro caso pertinente, y mucho más cerca–
no al modelo de Malthus. Su población también se dupli–
có y reduplicó en el siglo xix, pero sobre una base mucho
menos productiva. Además, como los Estados indios
habían sido incapaces de resistir mihtarmente a la Com–
pañía de las Indias Orientales británica, poco fue lo que
pudieron hacer sus subditos cuando los textiles manufac–
turados británicos -no sólo más baratos, sino de mejor
calidad que la tela autóctona- inundaron el país, despla–
zando en el proceso a los productores autóctonos tradi–
cionales.* El terrible resultado fue que, si bien, seglin un
cálculo, los pueblos británico e indio tenían niveles de
industrialización per capita más o menos similares al
inicio de la revolución industrial (1750), en 1900 el nivel
de la India era sólo una centésima del nivel del Reino
Unido.'' No cabe duda de que la industrialización y la
* La India apenas importó 1 millón de metros de tejido de al–
godón en 1814, pero esa cifra llegó a los 46 millones en 1830 y a
irnos asombrosos 905 millones en 1870.
modernización crearon problemas en las sociedades in–
dustriales, pero éstos palidecen en comparación con «el
destino de quienes aumentaron de número sin pasar por
una revolución industrial»."
Vale la pena observar que en la época de Malthus
hubo otra solución al problema del exceso de población,
a saber; la agitación interna seguida de ta agresión exter–
na. En Francia, tos descontentos populares destruyeron
un Antiguo Régimen que, para mantener un rápido cre–
cimiento demográñco, estaba mucho menos estructiua-
do que Gran Bretaña en lo tocante a agricultura, indus–
tria y comercio, así como en actitudes y marco social. Al
tiempo que las esperanzas iniciales de la revolución se
veían frustradas como consecuencia del terror, la reac–
ción y el bonapartismo,
im
gran número de franceses jó–
venes, enérgicos yfroistradosse desplegaban en ejércitos
de ocupación fuera de Francia, ta mayoría encontró la
muerte en combate o debido a las enfermedades. De este
modo, la expansión territorial desempeñó su papel
tradi–
cional
como válvula para la supeipoblación, las tensiones
sociales y las frustraciones potidcas, aunque a largo plazo
no pudo competir con la combinación británica de iimo-
vación tecnológica, crecimiento económico
y
adquisicio–
nes coloniales.'^ De todos modos, los hechos indican que,
entre las posibles consecuencias del rápido crecimiento
demográfico, la tiu-btdencia social y la expansión son tan
plausibles como cualquier otra.
Hoy nos enfrentamos, con mayor fuerza que nunca, a
estos mismos problemas interrelacionados: superpobla–
ción, presión sobre la tierra, emigración e inestabihdad
social, por un lado, y poder de !a tecnología para incre–
mentar la productividad
y
sustituir las ocupaciones tra–
dicionales, por otro. Dicho en otras palabras, deberíamos
considerar la situación demográfica y económica de fina–
les del siglo xviu como una metáfora de los retos que tiene
planteados nuestra sociedad global, dos sí^os después de
las reflexiones de Malthus. Es más, resulta imperativo
que lleguemos a comprender la interconexión de estos
problemas en el dilema comparable de hoy. Las diferen–
cias reales no están en la natiualeza de nuestros ргоЫе-
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