vo? Al ñn y al cabo, si nos sumergimos inmediatamente
en capítulos sobre la capacidad relativa de Estados como
el alemán o el etíope para tratar cambios globales, po–
dríamos no damos cuenta de que quizá la mayor parte de
esas tendencias son de un alcance demasiado grande
como para que los organismos nacionales estén bien ca–
pacitados para manejarlas. ¿Quiénes, sino las compañías
globales, son en la actualidad los principales «actores» en
el mundo de los negocios? ¿No está la tecnología crean–
do ganadores y perdedores {en empleo y carreras) al
margen de donde uno viva? En una época de intercam–
bio monetario ininterrumpida o, para el caso, de calen–
tamiento global, ¿son realmente importantes órganos
nacionales tales como los consejos de ministros o los
ministerios de comercio? Y si todo esto es cierto, ¿cómo
puede pensarse que los países, como tales, puedan orga–
nizarse con el fin de prepararse mejor para el siglo que
viene?
Para la mayoría de los ciudadanos, la idea de que no sólo
industrias o actividades concretas sino los propios Esta–
dos-nación se estén volviendo anacrónicos es de lo más
perturbadora. Es cierto que los Estados-nación, tal como
los conocemos, son creaciones relativamente recientes,
que aparecieron por primera vez en las « nuevas monar–
quías» -como España, Francia e Inglaterra-, de princi–
pios de la Europa moderna.' En vista del razonamiento
actual según el cual la gente se aparta cada vez más de ios
gobiernos nacionales y acude a los organismos transna–
cionales o subnacionales para conseguir sus objetivos,*
resulta irónico observar que las primeras monarquías
modernas surgieron de un entramado de ducados, prin–
cipados, ciudades libres y otras autoridades localizadas
(Borgoña, Aragón, Navarra), a las que luego acabaron
dominando; y que. a medida que reforzaron su poder
internamente, los Estados-nación también se afirmaron
frente a instituciones transnacionales como el papado,
'
Véase más abajo, págs. 198-203.
las órdenes monásticas y caballerescas y la Liga Hanseá-
tica -que fue, en muchos aspectos, una especie de forma
primitiva de compañía multinacional-.' Estados tan
egoístas como la Inglaterra de Enrique VIII o la Francia
de Luis XIV no podían tolerar ni autoridad por arriba ni
independencia por abajo. Incluso cuando ia autoridad
estaba compartida internamente -como ocurría entre la
corona y el parlamento ingleses-, seguía siendo cierto
que ambas instituciones eran nacionales.
Л medida que la nación moderna evolucionó, pronto
adquirió sus características básicas, que ahora nos son
familiares pero que en su tiempo resultaron a menudo
novedosas y a las que se opusieron grupos marginaliza-
dos o superados por el proceso de formación del estado.
El tipo «ideal» de estado -porque había excepciones
como el imperio de los Habsburgo, muí titerritorial y
multiétnico- ocupaba un área geográfica coherente,
como Francia o Succia. Por lo tanto, poseía límites nacio–
nales reconocibles que, con el tiempo, fueron cada vez
más vigilados por empleados estatales tales como los fun–
cionarios de aduanas, la policía de fronteras y las auto–
ridades de inmigración. El derecho y la diplomacia inter–
nacionales reconocieron que era, junto con los demás
Estados-nación, isoberano» -no había nada por encima
de él-, lo cual no era nada sorprendente, ya que ese dere–
cho consistía esencialmente en normas que, al menos en
principio, los países habían aceptado observar. Cada es–
tado produjo símbolos (bandera, himno, figuras y acon–
tecimientos históricos, fiestas especiales) para reforzar la
conciencia de la identidad nacional. Si bien los alumnos
estudiaban materias universales como las matemáticas,
la ciencia, la geografía, otros elementos del currículo (en
especial, la historia) tenían un eje nacional, como tam–
bién la propia enseñanza siguió un modelo nacional. El
idioma nacional ocupó el lugar de las lenguas regionales
como el bretón, el gales y el catalán, a pesar de que la
resistencia fue a menudo profunda y determinada.'
También institucional y económicamente, el Estado-
nación estaba en el centro de las cosas. Los hombres
adultos eran reclutados o inducidos a entrar en los servi-
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