acuerdo pacífico entre todos." Quizá sea así algún día;
pero la situación actual indica que tenemos un largo ca–
mino por recorrer y que el progreso de la «civilización»
no sigue el paso de esas tendencias que están transfor–
mando nuestro planeta y desafiando nuestros acuerdos
políficos tradicionales. Por el contrario, las fundamenta-
listas, en parte como reacción a la globalización, reúnen
fuerzas para responder, mientras que incluso en las de–
mocracias ganan terreno los movimientos políticos na–
cionalistas y xenófobos, todo lo cual perjudica sus posi–
bilidades a largo plazo de «prepararse» para el futuro.
Esto deja a la Humanidad ante un enigma. A pesar de
todo el debate sobre la redistribución de la autoridad y
las lealtades de grupo, las viejas estructuras existen -y, de
hecho, en algunos lugares son cada vez más firmes-.
OuÍ7ás
en décadas recientes haya habido cierta erosión
de los poderes del Estado-nación, pero la mayoría de éste
sigue siendo el lugar primario de identidad; al margen de
quién sea su patrón o de cómo se ganen la vida, los indi–
viduos pagan impuestos al Estado, están sometidos a sus
leyes, sirven (cuando es necesario) en sus fuerzas arma–
das y sólo pueden viajar con su pasaporte.* Además, a
medida que surgen nuevos desafíos (ya sea la emigración
ilegal o la agricultura biotecnológica). los pueblos -al
menos, en las democracias- se vuelven de modo instin–
tivo hacia sus gobiernos para encontrar «soluciones». La
explosión demográfica global, ta contaminación atmos–
férica y el cambio provocado por la tecnología tienen,
cada uno de ellos, su propio impulso transnacional; pero
son los gobiernos y los parlamentos nacionales quienes
deciden abolir los controles monetarios, permitir la bio–
tecnología, reducir las emisiones industriales o instituir
una política demográfica. Esto no significa que siempre
lo logren; de hecho, una de las principales alimentacio–
nes de este libro es que la naturaleza de los nuevos desa-
* O. en el caso de los europeos, teniendo un pasaporte de la
C o m u n i d a d Europea.
fi'os hace que para los gobiernos sea mucho más difícil
que antes ejercer el control sobre los acontecimientos.
Aun así siguen proporcionando la institución básica por
medio de la cual las sociedades intentarán responder al
cambio. Por último, si tiene que existir una acción coor–
dinada por parte de los pueblos de este mundo para, por
ejemplo, detener ta destrucción de los bosques tropicales
o reducir las emisiones de metano, no cabe duda de que
son necesarios acuerdos
iniernacionaies.
negociados por
los gobiernos participantes.
En suma, aun cuando la categoría y las funciones del
Estado hayan resultado erosionadas por las tendencias
transnaciónales, no ha surgido ningún sustituto adecua–
do para reemplazarlo como unidad clave a la hora de res–
ponder al cambio global. El modo en que la dirección
política de un país prepare a su pueblo para el siglo xxi
sigue siendo de vital importancia, incluso cuando los
instrumentos tradicionales del Estado se están debilitan–
do, razón por la cual es preciso ahora considerar las pers–
pectivas de los países y las regiones individuales en la
medida en que responden o dejan de responder a los de–
safíos del próximo siglo.
N O T A S
1. C. Tilly, ed.,
The Formation
of National
Stales in
Western
Europe,
Princeton, N. J., 1975; J. H. Shennan,
The Origins
of the Modem
European
Slate
¡450-1725,
Londres, 1974; H. Lubasz, ed..
The Development
of the
Modem
Stale.
Nueva York. 1964.
2. Para detalles, véase P. Dollinger.
La Hanse,
Paris,
1964, y el análisis más corto en G. V. Scammell,
The
World Encompassed.
Berkeley/Los Ángeles, 1981, capítu–
lo 2.
3. Véímse V. G. Kieman, «State and Nation inWes–
tern Europe»,
Past and Present,
vol. 31. 1965, págs. 20-38;
y, en especial, D. Kaiser,
Politics and War: European
Con-