ma internacional es inestable, no hay autoridad que con–
trole los potenciales flujos masivos de moneda. Con el
volumen de intercambios monetarios diarios que supe–
ra con creces los PNB de muchos países, los gobiernos
individuales y los ministerios de finanzas tienen mucho
menos control sobre el sistema que el que tenían hace un
cuarto de siglo. La simple conciencia de la desaprobación
de ciertas medidas por parte del mercado (como el au–
mento de los impuestos) puede disuadir a los llamados
gobiernos soberanos de ponerlas en práctica.
Aunque muy diferentes en su forma, estas diversas
tendencias que van desde el calentamiento global al in–
tercambio comercial permanente comparten caracterís–
ticas comunes. Son transnacionales por naturaleza, cru–
zan fronteras a lo largo y ancho de todo el planeta,
afectan a sociedades distantes y nos recuerdan que la Tie–
rra, a pesar de todas sus divisiones, es una unidad. Están
en gran medida fuera del control de las autoridades del
Estado-nación, tanto en el sentido directo de que los paí–
ses no pueden impedir el inminente cambio atmosférico,
como en el indirecto de que, en el caso de ser prohibidas
actividades como la agricultura blotecnológica, la robó-
tica o el comercio de divisas, eso no impediría que tuvie–
ran lugar en otra parte. Por último, no cabe hacer fren–
te a tales desafíos mediante el uso de la fuerza militar,
que es el modo normal en que los Estados han reacciona–
do cuando su seguridad se ha visto amenazada. Los des–
tacamentos de ftierzas y las divisiones armadas tienen
sus usos, pero son incapaces de impedir la explosión de–
mográfica global, detener el efecto invernadero, parar el
comercio de divisas, prohibirlas fábricas automatizadas
y la agricultura biotecnológica en otros países, etcétera.
Estos avances, junto con desafíos secundarios como el
terrorismo y el ti^fíco de drogas internacionales, han
sugerido a algunos teóricos que hay «nuevas» amenazas
a la seguridad nacional e internacional que están ocupan–
do el lugar de las «viejas» amenazas de la guerra nuclear
y la guerra convencional a gran escala. En consecuencia,
sostienen dichos teóricos, los gobiernos deberían dejar
de lado su obsesión por los peligros militares y concen–
trarse en la implantación de medidas para hacer frente a
desafíos muy diferentes al bienestar nacional.''
Es probable que semejante sugerencia exagere la mag–
nitud de las recientes alteraciones de los asuntos mundia–
les. Tiene mucho más sentido pensar que estas nuevas
amenazas a nuestro modo de vida acompañan, en lugar
de sustituir, a las amenazas a la seguridad más antiguas
y tradicionales. Aunque la carrera armamentista con ia
Unión Soviética pierde significado, seguirá habiendo en
el planeta un gran número de armas nucleares; también
seguirán existiendo las propias potencias nucleares y, si
no tienen éxito los intentos para detener su proliferación,
se ies unirán en el futuro otros países, menos escrupulo–
sos quizá y casi con seguridad situados en regiones más
turbulentas del planeta que Europa occidental y Nortea–
mérica. Es improbable que los conflictos regionales, lle–
vados por su propia dinámica socioeconómica, cultural
o étnica, desaparezcan, y en muchas partes del mundo
podrían muy bien aumentar en número y magnitud a
medida que la lucha por los recursos se intensifique. Al
fin y al cabo, la importancia de los Estados-nación y el
poder militar quedó ampliamente demostrada en la gue–
rra del Golfo de 1990-199!.
Por lo tanto, las fuerzas armadas seguirán existiendo
y en ocasiones serán utilizadas. Pero esta dimensión
militar tradicional de la «seguridad» coexistirá cada vez
más con las dimensiones no militares descritas más arri–
ba, obligando a los políticos y a los electores a redefinir
su terminología tanto como a repensar sus políticas, ün
ocasiones, es previsible que asistamos a la combinación
de las «nuevas» y las «viejas» dimensiones de los proble–
mas de seguridad; las inestabilidades sociales causadas
por la presión demográfica y el agotamiento de los recur–
sos podrían producirse en regiones (sudeste asiático, por
ejemplo) en que la proliferación de armas, las tensiones
étnicas y las disputas tetritoriales constituyen desde hace
tiempo una amenaza a la paz.'^ Mientras tanto, el des–
mantelamiento de la carrera armamentista puede produ–
cir, de modo irónico, dos tipos diferentes de amenazas:
el problema más tradicional de cómo impedir que cien-