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Tema y Variaciones de Literatura 40
Son los fundamentos de una religión heterodoxa, pero real; asaz
herética, pero firmemente cumplida por oficiantes que entienden la
existencia como el arte mayor de los sentidos y la inteligencia; por
los que conocen la verdadera luz después de probar el suavísimo li-
cor en los labios de una mujer; por los que convocan a la amistad
para librar bien armados los fieros combates rutinarios. Es la reli-
gión de los que no saben vivir a medias: los borrachos, los enamora-
dos y los enloquecidos. Los que encontraron en la cantina un lugar
para oficiar, a solas, el ritual consagratorio de la vida. A solas, pero
dignamente acompañados, como enseñó Efraín Huerta. No “aque-
llos que vivieron sin merecer alabanzas ni vituperio”.
3
Por eso es
mejor inmolarse en el infierno insobornable de la Vida con todas
sus consecuencias, escuchando el eco de la voz prudente del “Man-
tuano Títiro”:
Hemos llegado al lugar donde te he dicho que verías
a la dolorida gente que ha perdido el bien de la inteligencia.
4
Y como toda religión, su santoral es vasto y riguroso; contradictorio
muchas veces y otras tantas indiferente. Su figura y sus nombres
son invocados a todas horas: Belleza, Verdad, Desencanto, Placer,
Libertad, Dicha o Soledad, todos a la espera de prodigar sus dones,
aun los más ambiguos. Por eso, tal vez, la potestad de una figura su-
prema, cuyo manto y advocaciones son el último refugio de los que
se atrevieron a preguntar el porqué de todas las cosas en la vida:
Nuestra Señora Melancolía, conocida por otros oficiantes como Bi-
lis Negra, Acedia, Demonio del Mediodía. Ella, con su control su-
persticioso del mundo, ha obligado a todos los guerreros a llegar al
límite de sus fuerzas; a pensar, incluso, en la claudicación. No obs-
tante, su designio inexorable es poner al que combate frente a la
Laicísima Trinidad, para que entienda su Destino y lo decida. Escri-
be Vicente Quirarte:
Los auténticos vencidos no se salvan. Los enamorados a veces lo consi-
guen. Voraces como nadie, el amor los parte como un rayo seco y les
otorga la posibilidad de la resurrección. [...] Únicamente el samurái que
3
Dante Alighieri,
La Divina Comedia
. Canto III.
4
Loc. cit.