José Francisco Conde Ortega
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El único consuelo que le queda a un escritor en actividad
es que su próximo trabajo siempre sea el mejor.
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Vicente Quirarte escribió
La invencible
. Creo que era la única ma-
nera de entender las razones del samurái, con ellas ha comprendido
la verdad de su armadura y de su espada. Saber el motivo de decidir
cómo se muere no es exorcizar un duelo. Eso sería una simplifica-
ción injusta y excesiva. Es, ante todo, asumir sus propios demonios
y saberse digno oficiante de esa religión laica, heterodoxa e ineludi-
ble. Como González Martínez, ha buscado develar ese misterio;
como Fernando Pessoa, sigue indagando en las líneas de su desaso-
siego. Por eso se afirma: El puente donde murió –su padre– se con-
vierte así en parábola, imagen poética y lección moral.
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Consiguió
saber que:
Si un hombre escribe bien sólo cuando está borracho, le diré: emborrá-
chese. Y si me dice que con eso su hígado padece, le respondo: ¿y qué
es su hígado? Es una cosa muerta que vive mientras usted vive, mien-
tras que los poemas que escriba vivirán sin ningún mientras.
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La Laicísima Trinidad es insobornable. Pero admite todos los ries-
gos y todos los excesos. No admite oficiantes pusilánimes. En su al-
tar se quema el incienso de Ulises, quien siempre supo que para
existir con algo de plenitud se deben enfrentar todos los riesgos. So-
bre todo para no decir, después de un recuento apresurado si no se
cumplió con la obligación del oficiante digno, como en el poema de
Mario Calderón: “Como Altazor, voy a caer sin saber untarme los
ensueños.”
11
Ibíd
., p. 33.
12
Véase
supra
, p. 215.
13
F. Pessoa,
op. cit.
, p. 279.