Eduardo Delgado Fabián y Leticia Romero Chumacero
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movisión rousseauniana se deja ver en ámbitos como la pintura, la
fotografía y otras expresiones plásticas relacionadas con el Roman-
ticismo, hacia mediados del siglo
xix
.
Aquellas ideas, propias de la época en que murió Teresa Vera, ad-
quieren una dimensión relevante si se atiende otro aspecto de la pro-
puesta del pensador ginebrino. Consiste en su esquematización de
una dicotomía definitoria: aquella que oponía lo interior/privado y lo
exterior/público. Adiferencia de Sophie, Émile podía circular con en-
tera libertad y sin menoscabo de su reputación, entre un territorio y
otro: del hogar (espacio privado), al ámbito laboral y político (espa-
cio público). La dependencia derivada de ese vínculo conducía a con-
sideraciones pedagógicas según las cuales a las niñas del credo rous-
seauniano se les podía y debía enseñar, “pero sólo aquellas [cosas]
que les conviene saber” para actuar en su esfera de competencia.
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Desde esa perspectiva, las escritoras cuya obra era conocida más
allá del ámbito familiar por medio de publicaciones periódicas, o en-
tre dos pastas, así como las autoras de piezas teatrales escenificadas,
transgredían la división de esferas. La crítica literaria –ese espejo
del canon– en ocasiones se resistió a tomar en serio a las decenas de
inspiradas jovencitas cuyos nombres poblaban las secciones poéti-
cas de los diarios. Las más osadas, persistentes y dotadas para las
letras, fueron juzgadas como mera excepción; fue el caso de Isabel
Prieto, Esther Tapia y Laura Méndez, para mencionar a la triada
más famosa. Bajo la presión social, todas ellas debieron justificar
una y otra vez su inclinación literaria, arguyendo que ésta no las ale-
jaba de sus deberes domésticos. A veces, sin embargo, la crítica
consintió presencias menos ruidosas, idóneas para confirmar y re-
forzar el rol femenino. Teresa Vera fue una de ellas: compuso poe-
mas, en efecto, aunque su pudor impidió que los divulgara más allá
del círculo íntimo; su escritura, en consecuencia, tuvo el sedante as-
pecto de un pasatiempo y no el rotundo y provocador garbo de una
actividad formalmente inserta en el ámbito público.
II. El
mal negro
: segundo acto de desobediencia
Tanto el lento proceso emocional que condujo a la tabasqueña al
suicidio, como las condiciones de éste, fueron velados en los rotati-
vos mediante expresiones como “desastroso fue el fin de la cantora
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J. J. Rousseau,
op. cit
., t. III, pp. 17-18.