Eduardo Delgado Fabián y Leticia Romero Chumacero
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base en la capacidad reproductiva de ésta. El resultado de ese meca-
nismo, como ha explicado la filósofa española Celia Amorós, soli-
darizaba a las mujeres “con el conjunto de connotaciones con las
que la idea de naturaleza es definida y redefinida en un universo
simbólico en el que el hombre se piensa a sí mismo como cultura,
pensando en su propia relación de contraposición a la naturaleza”.
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La razón de esas identificaciones, continúa Amorós, no es natu-
ral ni racional, pues aun si sólo las mujeres pueden parir, ¿por qué
esto habría de hacerlas más naturales que los hombres, quienes tam-
bién intervienen activamente en el proceso reproductivo de la espe-
cie? En consecuencia, apunta, debemos suponer que la asociación
responde a otra cosa; por ejemplo, a la marginación y opresión his-
tórica de las mujeres, “opresión desde la que se [les] define –pues
en ello consiste la operación ideológica fundamental de racionaliza-
ción y legitimación– como aquello que requiere ser controlado, me-
diado, domesticado o superado según los casos”.
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Así es como la
conveniente alianza del concepto “cultura” con lo masculino, deja-
ba en las manos de los hombres tanto la capacidad como el deber de
controlar a las mujeres-naturaleza que, presentadas como contrapar-
te del sujeto presuntamente delegado de lo racional, se revelaban
irracionales y urgidas de domesticación.
Imprescindible es señalar, debido a su relación con el tema aquí
tratado, una de las muchas aristas de esa construcción ideológica:
dentro de tal esquema, las mujeres quedaban ligadas a la reproduc-
ción biológica de la especie, en tanto los hombres se relacionaban
con la construcción de sentido en el terreno social y en el cultural.
De ahí el profundo escepticismo con que se observó el arribo de es-
critoras al terreno público por medio de la divulgación de sus tex-
tos: aparecían como forasteras, como inesperadas huéspedes tempo-
rales e incómodas por no haber sido formalmente convidadas a
participar en ese que, con Alfonso Reyes, podemos denominar
“banquete de la civilización”.
Considerando lo antedicho, no es difícil hallar en la asociación
mujer-naturaleza ecos de otros tiempos. Por ejemplo, dentro de un
manual donde en forma explícita se buscó propiciar el control de la
amenazadora dupla mujer-naturaleza:
Émile, ou de l’éducation
(1762), del ginebrino Jean-Jacques Rousseau. Aquella obra precep-
tiva e influyente durante la centuria decimonona, registraba la cer
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Cecilia Amorós,
Hacia una crítica…
, p. 32.
6
Ibíd.
, p. 34.