Vicente Francisco Torres
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El proyecto jesuítico, que en sus momentos más avanzados aspi-
ró a crear un espacio anticolonial desde donde se emprendiera la
cristianización, acabó en un puñado de ruinas que Augusto Roa
Bastos llamó
Santo sepulcro, sacro y salvaje a la vez
.
En 1903, Horacio Quiroga sufrió una especie de
caída de Da-
masco
: mientras iba como fotógrafo en la expedición a San Ignacio,
se le reveló la selva,
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que sería uno de sus temas predilectos pero,
sobre todo, transformaría su estilo —antes modernista, de fuerte in-
terés por la psicología—, y su visión del mundo. H. A. Murena tiene
una tesis muy atractiva sobre el particular: la huida de Quiroga a la
selva misionera le parece una renuncia intelectual, una manera de
enfrentarse al horror real y apartarse del horror libresco que ya veía
como un truco bien aprendido en Edgar Allan Poe; fue en busca del
horror palpable.
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Como el objeto de este trabajo no es abundar ni tomar partido por
alguna de las banderías, sino ver qué aportó Quiroga a la narrativa de
la selva latinoamericana, usaré los tres tomos que, bajo el título de
Cuentos de la selva
, preparó Carmen Crouzeilles. En los dos prime-
ros están los relatos que provienen de
El crimen del otro
(1904),
Cuentos de amor, de locura y de muerte
(1917),
El salvaje
(1920),
Anaconda
(1921),
El desierto
(1924),
Los desterrados
(1926) y
Más
allá
(1935). El tercero recoge los cuentos publicados en diversos
medios periodísticos, sobre todo la revista argentina
Caras y Care-
tas
, entre 1906 y 1935, en donde el autor demuestra su minucioso
conocimiento, casi ensayístico, de la fauna misionera. La mayoría de
los textos de este volumen son fábulas, como “Paz”, en donde los
animales salvajes llegan a la conclusión de que las leyes y los trata-
dos de los habitantes de las ciudades no son más que hipocresía.
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“Hay que imaginarse lo que es ese territorio: monte espeso, ríos correntosos,
incipientes explotaciones de yerba mate, un paisaje monstruoso por su fuerza, lluvias
prehistóricas; y a ese lugar Quiroga se encamina vestido como un dandy [...] El seño-
rito deja de serlo y se promete retorno a esa tierra fascinante, todo lo contrario de lo
que representó para él París, donde el sufrimiento tenía otro signo: prefiere éste que
le implica indudablemente un reencuentro consigo mismo, un paso más adelante en
la búsqueda inconsciente que hace de su propia unidad. Por de pronto, adquirirá un
aspecto más duro y selvático, empezará a crecer el mito de su hurañía, de su capaci-
dad de despegarse de los halagos y las vanidades urbanas. YMisiones se abre ante él
como una tierra prometida en la que lo manual, lo mecánico, podrán ejercitarse re-
construyendo o construyendo el mundo.” Noé Jitrik,
Horacio Quiroga
, Buenos Ai-
res, Centro Editor de América Latina (Enciclopedia Literaria), 1967. pp. 20 y 21.
7
Vid
. “El sacrificio del intelecto: Horacio Quiroga”, en
El pecado original de
América
, Buenos Aires, Editorial Sudamericna (Piragua), 1965, pp. 79-88.