Los suicidad en la literatura - page 45

Eduardo Villegas Guevara 
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El azar maravilloso me deparó el encuentro con Andrew Loog Oldham
por una calle de Bogotá, a principios de diciembre de 1976. Yo iba en
un bus y lo reconocí en esa figura pálida, pelirroja, desgarbada; inme-
diatamente me bajé y fui a su encuentro. Me presenté como un gran ad-
mirador de los Stones y él me dijo “Sí, quién no”, y al otro día elaborá-
bamos la entrevista en el Bar Inglés del Hotel Hilton, en donde Andrew
consumió generosas dosis de whisky y cerveza. Él vive con la actriz co-
lombiana Esther Farfán, y por aquellos días pensaba regresar a Lon-
dres: no sé si ya lo hizo.
Y en seguida Andrés Caicedo nos presenta un texto y nos dice que es
que un fragmento de la entrevista realizada a Andrew Loo Oldham
y que será parte de un libro que está preparando sobre The Rolling
Stones. Pero su buena suerte no es tanta, porque dicha entrevista se
vino publicando muchos años después en la revista
El Malpensante
.
Y rastreando el episodio nos damos cuenta que su amigo y compa-
ñero, Luis Ospina, comentaría después que incluso la grabadora no
funcionó y que Caicedo tuvo que reconstruir la entrevista de memo-
ria. Y uno sigue reflexionando y concluye que hubo muchas otras
cosas que no le funcionaron al joven Andrés Caicedo. Pero en lo
único donde puso su valía fue en la escritura y ahí sigue cosechando
frutos.
Se dice que quienes buceamos en la vida y en la literatura de un
suicida tenemos mucho de morbo. No lo creo. Quiero pensar que es
una forma de acompañar a sus deudos.
¿
De qué otra forma soporta-
rían el dolor las hermanas Pilar, Vickie y Rosario para tomar fuerza y
valor y darles la noticia a sus padres de que el artista de la familia ha
partido para siempre? ¿Cómo saca fuerzas una madre para guardar
ropa, libros, discos, libretas, carteles en el cuarto que el hijo siempre
mantuvo en casa, a pesar de los años que llevaba fuera? ¿Cómo se
acostumbra una familia a perder al único hijo de ese ramaje?
¿
Que
sentirá el padre, mucho tiempo después al adentrarse en las cosas,
escritos y proyectos del hijo que no conoció y que ahora, saldando
una deuda de amor filial, pasa horas clasificando y leyendo la obra
del joven artista que, finalmente, no hacía pendejadas? No debe ser
nada fácil, pero aquí estamos los amigos y lectores que Andrés no
conoció para abrazar a su familia. De qué otra forma podemos hon-
rar esa generosidad de alguien que dio tanto a la literatura y al cine
de Latinoamérica y que todo lo consiguió en una vida muy corta, de
apenas 25 años.
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