Los suicidad en la literatura - page 39

Eduardo Villegas Guevara 
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cismo”; senda hueca para el joven cineasta y melómano. El mismo
Caicedo se sabe en riesgo, pero no puede culpar a los supuestos pro-
blemas familiares. ¿Quién no los tiene? Si quisiéramos causas para
deprimirnos, el nicho familiar es buena opción. Caicedo pelea, dis-
cute, ignora a su padre. Sus altibajos de humor y contrastes senti-
mentales van a sus amigos también, a su pareja. No hay exclusivi-
dad de su temperamento dislocado. Entabla otras batallas con sus
hermanas mayores (Vickie y Pilar) y la menor (Rosario). Aunque en
los textos consultados no puedo señalar si estas discusiones tocaran
a su madre. Me parece que no, sobre todo porque ella nunca dejó de
alentarlo y de apoyarlo en su quehacer artístico; de todos es conoci-
do que fue ella quien le patrocinó sus primeras publicaciones. La le-
yenda cuenta, sin embargo, que Caicedo siempre tuvo dificultad
para asimilarse a la familia. Me imagino que todos querían verlo
crecer y él insistía en ser un niño de doce años. En
Mi cuerpo es una
celda
hay varias cartas que Caicedo le destina a su padre. La dife-
rencia es clara entre ambos, los valores del hombre son unos y los
del niño son otros. “Yo siempre fui para ti un accidente raro. Jamás
olvidaré tu manera de presentarme a tus amigos: ‘Éste está metido
en arte y esas pendejadas’”, se lee en una de ellas. El comentario
tiene su arista de trascendencia. Cuando sus lectores leemos dichas
cartas y conocemos dichos comentarios, podemos comprender que
Caicedo tenía clara idea de lo que valía de su arte. Viniendo el co-
mentario de un adulto, aunque fuera su padre, lo veía como una nu-
lidad sensible, como un oído sordo para la música, como un ser con
cero capacidad para comprender o disfrutar la lectura y, sobre todo,
vedado para la escritura. Andresito sabía que nada de lo que hacía
tenía rastro alguno de pendejada. En otro libro,
El cuento de mi
vida
, Caicedo lo resume de otra manera:
Él ha debido sentir mucha alegría cuando yo nací, pero muy pronto fue
creciendo una rivalidad entre él y yo, hasta que, hará menos de un año,
me propuso que no nos habláramos más, que no nos metiéramos el uno
con el otro, y yo quedé todo desconcertado, un tanto asustado, sin saber
qué decir. Mi mamá ha sufrido mucho con estas peleas de los dos. La
política de ella ha sido darnos a nosotros todo lo que ella cree que nece-
sitamos; puede que con eso me haya perjudicado, pero ante esto cabe
hacerse una pregunta: ¿no hubiera sido peor que nos hubiera negado
todo lo necesario y hasta los más pequeños lujos?
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