Eduardo Villegas Guevara
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cinéfago incondicional, alguien que no sólo ama y degusta el sép-
timo arte, sino alguien que devora todo sobre cine. Pero también
resulta sintomático que muchas de las películas proyectadas en el
cine-club donde Andrés amenizaba con música y elegía la citas, se
inclinara por aquellos títulos que rosaban explícitamente la muerte
de sus protagonistas. El suicidio rondaba otra vez el juego creativo de
este niño caleño. El gusto por el teatro no fue algo que perdió nunca
en su vida, sino más bien un ambiente del que tuvo que segregarse
para no confrontarse con los postulados políticos, ya que por sus oí-
dos debieron pasar sugerencias y hasta imposiciones de “compromi-
so social”, “arte comprometido con el pueblo” y otros lemas cuyas
ideologías no iban tan de la mano con un artista tan sensible, con-
trovertido y liberal como Caicedo. Él creía en vampiros y espectros
voladores, pero no en estos nuevos autómatas. Citaré a continuación
este alejamiento, al citar de nueva cuenta la carta que redactó justo
en medio de su segundo intento de suicidio:
Con la ayuda de mi hermana menor, Rosarito, para mí la más querida,
soñaba con llegar a la celebridad antes de los 20 años. Pero fue pasando
el tiempo y nada. Apliqué examen de admisión para estudiar letras en la
Universidad del Valle, pero una conferencia que sostuve con Enrique
Buenaventura me convenció de que lo mejor para mí era entrar al Tea-
tro Experimental de Cali a estudiar teatro. Allí trabajé en tres obras (dos
como actor y una como asistente de director), me enamoré trágicamen-
te de una actriz y probé por primera vez la marihuana; creo que esto úl-
timo fue lo que me dio la suficiente carga de inconformismo como para
salirme del grupo, después de un viaje en calidad de hippie que hice
hasta la Guajira; pero en esa época no llegué a darme cuenta de lo pene-
trado que estaba el
tec
por la “mamertería” del Paco, del Partido Co-
munista de Colombia. De allí me salí con la disculpa de querer dedicar-
me de lleno a la literatura, cosa que no realicé del todo, pues comencé
con el Cine Club de Cali, lo cual siempre me ha quitado tiempo. La plu-
ralidad de quehaceres ha sido uno de los motivos para que yo no desa-
rrollara ninguno a cabalidad. Pero el Cine Club me comenzó a dar pláti-
ca y yo me fui interesando más por el estudio del cine; dicté un curso en
la U. del Valle y luego en un colegio de bachillerato.
Éste es el resumen de su vida artística hasta esa etapa de su vida. La
idea esgrimida por su doctor era brillante: creer que el proceso de
escritura nos ayuda a curarnos. Pero el pretexto, a final de tantas lí-
neas redactadas, no fue de ninguna utilidad. La escritura no salva,