Los suicidad en la literatura - page 42

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Tema y Variaciones de Literatura 40
dentro de mi existencia. En México me leía profusa y profundamen-
te a José Agustín y a Gustavo Sainz, más tarde como viajero lector
de la narrativa sudamericana (claro, especialmente la colombiana)
resultó, les digo, un hallazgo la literatura inacabada de Caicedo. En
Angelitos
empantanados
me topé con Angelita y Miguel Ángel,
protagonistas de los tres relatos que integran el libro. Estos dos ado-
lescentes provienen de los mejores barrios de la ciudad de Cali. Si
los protagonistas permanecieran en su geografía, la obra estaría
muerta y la ciudad de Cali estaría muda. Pero he aquí que Caicedo
los interna en los barrios populares. Su existencia trascurría entre un
enamoramiento y una ingenuidad acomodaticia. En cierta forma es-
taban encerrados en la pulcritud de sus hogares, se dejaban guiar
como muchos otros jóvenes por la rutina familiar y sus mecánicas
actividades escolares. Sin embargo, Caicedo será su Virgilio y sus
vidas se tornarán oscuras, pero ciertas. Asistiremos a un resquebra-
jamiento que, como su padre autoral, sólo concluye en el desvarío.
Me sorprenden los monólogos intensos de los personajes, lo que de-
muestra que no fueron en vano los aprendizajes dramáticos de Cai-
cedo ni su paso por el Teatro Experimental de Cali. Los jóvenes y
sus andares ponen en claro, entre sus deseos y la violencia urbana,
la constante premonición de que son acechados por una muerte pre-
matura. Dime cómo son tus protagonistas y te diré qué fin tienes; la
premonición se iba cristalizando de escritura en escritura y de obra
en obra llegaríamos al final de Andrés Caicedo.
Antes de esta atracción por la escritura, está la devoción por el
cine. El mito dice que Andresito descubrió una sala de cine y que
a muy temprana edad se hermanó con la oscuridad de las proyec-
ciones. Desde esa infancia, hasta sus veinticinco años, Caicedo no
pasaría un solo minuto de su vida sin dejar de vivirlo junto al cine.
A los catorce años escribió y dirigió sus propias piezas de teatro.
Se lo imagina uno como aquel insurrecto Alfred Jarry trastornan-
do los escenarios con su Patafísica o con su Padre Ubú. Nada tan
alejado de mi visión porque uno revisa sus montajes y adaptacio-
nes y predomina mucho del teatro del absurdo, francés, sobre todo,
con Eugene Ionesco a la cabeza. El cine terminaría por dominar-
lo. Obstinado y curioso trató de conocer todos los misterios que las
cintas escondían. Desde 1969 estaría escribiendo comentarios so-
bre la vida y la obra de los grandes forjadores de la cinematogra-
fía contemporánea. Si en el teatro la dramaturgia francesa le resultó
imprescindible, lo mismo sucede con el cine francés y sus grandes
directores; la pasión y la desmesura pronto lo convirtieron en un
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