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oracio
Q
uiroga
Vicente Francisco Torres*
L
os estudiosos de la obra narrativa de Horacio Quiroga (1878-
1937) suelen distinguir dos periodos. El primero, modernista,
decadente y dado al horror aprendido de Edgar Alan Poe; este
periodo suele ser considerado como transitorio e inauténtico porque
el cuentista uruguayo no había encontrado su voz, sus temas ni la
eficacia expresiva. El segundo es el que se desarrolla en la selva de
Misiones, el mejor, el del auténtico Quiroga.
¿Qué es lo que produjo el cambio de una a otra etapa?
En 1903, después de un desastroso viaje a París, la Meca de los
artistas de entonces, en donde conoció la pobreza y el desdén, Qui-
roga va al noreste argentino como fotógrafo en una expedición co-
mandada por Leopoldo Lugones; ésta tenía como propósito estudiar
las ruinas jesuíticas de San Ignacio. Si sus primeros cuentos habían
planteado la morbidez y los trastornos síquicos, la selva misionera
y, antes, una estancia en el Chaco, le descubrieron al hombre ya no
luchando contra los miedos y las manías, es decir, contra fantasmas,
sino contra cosas tan reales como los elementos de la naturaleza
(flora, fauna, selva, río). Misiones es una región “donde el alto Pa-
raná ruge encajonado en el fondo de un abismo de paredes graníti-
cas, hechizado por el silencio de la selva impenetrable”.
1
Unos dicen que la primera etapa es menor (Noé Jitrik), mientras
otros hablan de una evolución (Emir Rodríguez Monegal), si bien
marcada por Misiones, parte no prescindible del trabajo del gran
* Departamento de Humanidades,
uam
Azcapotzalco.
1
Horacio Quiroga,
Cuentos de la selva
, prólogo, selección y notas de Carmen
Crouzeilles, vol.
i
, Buenos Aires, Solaris (Carabela), 1977, p. 16.