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Tema y Variaciones de Literatura 40
liente asfixia de aquel lúgubre sudadero. Todas las sabandijas del bos-
que, exaltadas por la germinante humedad, se abatían sobre los expe-
dicionarios en ferocísimos enjambres. Pero nadie intentó retroceder.
Más pálidos que espectros, chapaleando pesadamente con el pantano
eterno sus propias disenterías, devorados por comezones enloquecedo-
ras, delirantes de hambre, furiosos de clausura entre aquella fronda
con su ambiente de sótano, latigueados por funestos escalofríos bajo
los chaparrones, profundizando su silencio lóbrego entre el agua im-
placable, ninguno, sin embargo, desfalleció; y tiene algo de dantesco
aquella feroz pandilla, que arrastra sus lodientos harapos bajo ese bos-
que, medio engullida en líquida tumba por el charco cálido y muerto
como una jofaína de pediluvios.
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Las misiones fueron verdaderas ciudadelas con vida económica, re-
ligiosa y social independientes. Estaban más allá de los dictados de
la corona española. Precisamente la expulsión de los jesuitas, en
1768, se debió a que el monarca Carlos III decidió que en sus domi-
nios no había más autoridad que la suya, y vino el derrumbe de
aquellas construcciones y agrupaciones que los jesuitas habían he-
cho en medio de los desiertos mexicanos y las selvas sudamericanas
para proteger y educar a los naturales. Con este acontecimiento se es
cribió una de las páginas más tristes de la historia americana; se
echaron por tierra las ciudades económicamente autosuficientes y la
educación artística que los indígenas habían recibido de esos cléri-
gos especialmente cultos, que solían asimilarse a las culturas que lle-
gaban a cristianizar mediante el aprendizaje de las lenguas nativas.
Los jesuitas, que fueron optimistas sobre la condición humana,
fundaron, en 1610, su primera misión en Paraguay.
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Predicaban la
armonía interior, las realizaciones estéticas y la integración con el
mundo circundante: leer el libro de la naturaleza, decían, es una ma-
nera de conocer a Dios. Una paradoja que propiciaron estos cléri-
gos: los indígenas americanos, acostumbrados a vivir libres, fueron
obligados a vivir en un solo sitio, bajo toques de campana que lla-
maban a la oración, al trabajo, a tomar los alimentos y, a media no-
che, a cumplir con las obligaciones conyugales para contar con más
fuerza de trabajo.
4
Ibíd.
, pp. 120-121.
5
Sobre las misiones fundadas en las selvas de lo que son actualmente Argentina,
Bolivia, Brasil, Paraguay y Perú, véase Alfonso Alfaro
et al.
,
Misiones jesuitas
,
Ar-
tes de México. Revista libro
, núm. 65, México, 2003.